Capítulo 8

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— Supe que estabas aquí — explicó Videl con una tonalidad modulada que intentaba camuflar cierto retintín. Podría decirse que estaba algo molesta, aunque no quisiera demostrarlo — esperé a que me llamarás, pero como no lo hiciste — remarcó, pero mostrando una amplia sonrisa en esa ocasión — aquí estoy para ayudarte en lo que necesites.

— Pasa — ofreció Gohan devolviéndole la sonrisa de forma amable.

Sabía que la muchacha no estaba ahí de forma casual, nunca había desistido en sus sentimientos hacia él, pero el moreno jamás podría complacerla de esa forma.

Videl, nada más cerrar la puerta a sus espaldas, empezó a observar todo el lugar con cierta añoranza en sus ojos... hasta que, sin poder evitarlo, dejó que los recuerdos de lo sucedido la última vez que estuvo allí le nublaran la mente. Nada más pasar a la cocina y tomar asiento mientras el joven le ofrecía un refrigerio, revivió una y otra vez en sus pensamientos el recuerdo de aquella mañana.

De aquella maldita mañana.

Para su mala fortuna, ya había llegado el martes cuando L, al fin, revisó su teléfono encontrándose con las llamadas perdidas

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Para su mala fortuna, ya había llegado el martes cuando L, al fin, revisó su teléfono encontrándose con las llamadas perdidas. Cuatro días en los que aquel caso lo había absorbido de tal modo que se había olvidado del mundo.

No obstante, no tardó ni un segundo en marcar el número de Cyn, a la espera de que las cosas estuvieran bien con ella. El teléfono dio señal, sonaron dos, tres tonos y...

— Hola — le respondieron de forma cortante.

— Hola, Cyn — habló L con toda su pasividad, aunque el tono de la voz de la mujer ya le hubiera revelado que no lo tendría fácil.

— Vaya, el señor desaparecido salió por fin de su escondite — dijo ella, aún molesta por no haber recibido ni una llamada suya en todo ese tiempo.

— ¿Hm? ¿Qué quieres decir? — preguntó llevándose el pulgar a los labios, aunque ya sabía de sobra de qué iba el asunto.

— Te llamé hace cuatro días, dos veces — enfatizó — nunca esperes una tercera llamada de mí.

— Estuve ocupado — dijo suave, como una única respuesta.

— ¿Y qué quieres ahora?

— Que nos veamos este fin de semana — soltó, del modo más casual que pudo.

— Estaré ocupada — y así, sin esperar respuestas, disculpas ni explicaciones, Cyn cortó la llamada.

L, que no había esperado una reacción así, se quedó mirando la pantalla mientras esta volvía a bloquearse, pensativo.

Lo más curioso de todo fue que, tras unos breves minutos, en sus labios se dibujó una suave sonrisa, como si hubiera obtenido la certeza de algo.

Por otro lado, Cyn, que no pretendía arrastrarse ante nadie dado que ya había hecho su parte, marcó otro número y esperó una respuesta, que no se hizo de rogar.

— Keiko, hola — saludó de un modo más vivo — ¿Al final irás el viernes a la disco?

— Sí, claro, como siempre — respondió, un poco extrañada — ¿Por qué lo preguntas?

— Te paso a buscar.

— Ah, claro, no hay problema. Pero es que yo pensé que... — titubeó, un poco insegura — ¿Y qué pasa con...?

— Ni lo nombres — dijo sin dejarla terminar la frase.

Tras un breve intercambio de palabras más, colgó y se desentendió de todos, queriendo estar tranquila mientras intentaba deshacerse de aquella molesta sensación que la carcomía por dentro. Era evidente que L le gustaba más allá de un simple revolcón, le gustaba en serio, y que él la hubiera ignorado de aquella forma, por más ocupado que hubiera estado, le había herido el orgullo.

Entre los quehaceres de la rutina diaria, llegó el fin de semana y, con lo pactado, tras haberse vestido y arreglado para la ocasión, Cyn se marchaba alegremente con su amiga a una de las discotecas más famosas de Tokio. Entre copas, risas y algún que otro bailoteo, terminaron posando los ojos en dos tipos que estaban a pocos metros de ellas. Tras observarse entre ellas y compartir una sonrisa cómplice decidieron acercarse, pero antes de poder dar un solo paso en su dirección, dos hombres, uno castaño y otro moreno, las interceptaron.

El primero estaba impecablemente vestido para la ocasión con un traje casual que le daba un aire clásico, pero desenfadado. En cambio, el otro chico iba con su atuendo habitual; camiseta blanca y pantalones anchos, con zapatillas.

Cyn estuvo a punto de rodar los ojos con fastidio ante aquella estampa.

— Hola — saludó el castaño a las dos, pero pronto clavó los ojos en una de ellas.

Keiko fue la ganadora de una de sus cautivadoras sonrisas.

— Hola — respondió ella, y por más que lo quiso evitar, sus mejillas terminaron mostrando un ligero rubor.

— Hola, Cyn — dijo L con todo el descaro del mundo.

— Vaya, si es el mapache desaparecido — bufó cruzándose de brazos, pero sin quitarle los ojos de encima, que lucían desafiantes.

— Vamos, Cyn. Ven conmigo — como ignorando toda protesta, la tomó de la mano con la intención de llevarla a un lugar apartado y poder hablar tranquilamente, pero la joven se soltó de forma brusca.

— Si nos disculpas, me voy con...

Pero antes de poder terminar la frase, las palabras se le atragantaron en cuanto vio a su amiga ya besándose con el castaño, que se llamaba Light, bailando en medio de la pista.

— ¡Traidora! — gritó molesta.

L, que bastante estaba sufriendo con su indiferencia, aunque no lo demostrara, sacó valor para seguir adelante con lo que tenía planeado y tras tomarla de la cintura la llevó a un sector tranquilo de la pista de baile.

— Pero ¿Tú qué te crees? No voy a...

Y sin preámbulos, L enroscó sus dedos en la nuca de ella y la besó. Uno de esos besos que quitan el hipo, que te hacen olvidar que el mundo sigue rodando y que a Cyn le hizo flaquear las piernas mientras correspondía a sus labios, no con menor intensidad.

Entonces pasó lo más inesperado, para ambos.

— Cásate conmigo — fue la frase que escapó de los labios del detective con toda soltura.

A Cyn, por su parte, aquello le había parecido tan surrealista que su estado de ánimo bien podría haberse asemejado a una montaña rusa. La molestia, en primera instancia, pasó a convertirse en incredulidad y a punto estuvo de dejarlo allí plantado cuando el enfado llegó a ella... pero entonces vio en los ojos negros del joven esa chispa especial que le confirmaba que no estaba mintiendo. Que estaba yendo totalmente en serio. No supo cómo, pero ahí, manteniendo sus ojos castaños fijos en su expresión, dejó escapar una risa nerviosa antes de entregarse a su propio impulso.

— Vamos a mi casa y te doy la respuesta — respondió al fin ella rozando con sus labios la oreja de él.

El enfado quedó atrás y dio paso a la locura y a la pasión desenfrenada, las sábanas dieron fe de las emociones que allí quedaron impregnadas y fruto de un sentimiento que cada vez crecía más por parte de ambos...

Nuestros demoniosWhere stories live. Discover now