Capítulo 10

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L deseó poder tele transportarse para no perder ni un solo segundo, ni siquiera dejo el bolso que tenía en el hombro. Se fue lo más rápido que pudo al hospital, a cada momento temía que llamaran para darle la noticia que no quería oír. 

Llegando, de nada sirvieron las serias e impersonales explicaciones de los médicos, sobre que Cyn había llegado en estado muy grave. Durante las ocho horas que duró la cirugía, L se sintió como un león enjaulado en la sala de espera, cavilando sin descansar ni un solo instante.

El llamado del cirujano lo devolvió a la realidad y se acercó sin demora hacia la habitación que se le indicó, encontrándose a su amada postrada en la cama, entubada, con sensores y un gotero de suero.

— Lo siento — empezó a explicar el médico apenado — pero no creo que vea otro amanecer, sus heridas son muy graves — se inclinó, y sabiendo que nada más podía hacer por ellos se fue, dejando a L completamente angustiado y sin saber cómo reaccionar.

Por si la situación no fuese ya lo suficientemente dantesca para él, no tardó en sentir sus ánimos agravarse hasta límites que ni él conocía.

— Nos vemos antes de lo que pensabas, detective — se jactó el dios de la muerte, ciertamente divertido.

— ¿Qué quieres shinigami? — espetó en un tono sombrío, deseando conocer la forma de hacer desaparecer a ese ente.

— Te puedo ayudar.

— ¿Me estás diciendo que puedes salvarla? — indagó clavando sus profundos ojos en él, analizando cada palabra y cada gesto, no estaba dispuesto a caer en su trampa.

— Sí tienes aquí la libreta negra, podría prolongar su vida hasta los cien años si así lo quisieras — explicó — pero...

— Sé que ella no quisiera tanto — respondió sin dejarlo terminar su frase — que sean ochenta al menos ¿Qué quieres por eso?

— A cambio nunca conocerás el verdadero amor de tu vida — soltó tajante — ese es el trato.

L viró su mirada hacia Cyn y se perdió en su rostro durante un instante que le supo a eternidad. Nunca se cansaría de observarla y de detallar sus gestos, de delinear el contorno de su figura, ni de colar sus dedos entre su suave cabello ni de su tacto ni de sus besos, ni de sus charlas ni de aquel humor inteligente y poco frecuente que lo había cautivado.

No había nada que meditar. La amaba más allá de todo.

— Acepto — dijo completamente seguro de su decisión, y sacó la libreta negra que todavía llevaba en el bolso, en su hombro.

El dios de la muerte la tomó, mostrando una macabra sonrisa empezó a anotar el nombre completo de Cyn, y fue hasta la ficha que estaba a los pies de la cama de la moribunda, así anotó la fecha exacta de cuando ella cumpliría ochenta años y un día. Terminó por escribir el motivo de su muerte, que indicó como "ataque cardiaco".

— Guárdala, nos veremos, detective — dijo el ser a modo de despedida para luego desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, dejando su risa reverberando en las paredes.

Luego de guardar la libreta, L no pudo hacer más que quedarse observando a Cyn durante toda la noche. Estaba esperando comprobar la veracidad de lo pactado con el shinigami, cuando una enorme sorpresa lo hizo abandonar la silla para acercarse más a ella y poder tomar su mano entre las suyas, pues la mujer había comenzado a mejorar milagrosamente, tanto que los médicos, asombrados, le habían quitaron la respiración asistida y sólo le habían dejado el suero.

— No tengo palabras para explicar... no puedo entender qué ha sucedido — habló el médico, tan atónito y nervioso como el resto del personal que había estado al tanto de su fatal estado — nunca en mi vida he visto nada igual, tiene que ser un milagro, lo felicito — concluyó el galeno, hizo una reverencia hacía él, antes de abandonar la estancia.

L sólo pudo asentir ante aquello, aún meditabundo.

Pero de una cosa sí estaba completamente seguro, prefería no haberla conocido a que ella muriera, y ya que en eso consistía su pacto con el shinigami, se daba por bien pagado.

Sentándose de nuevo en la silla, descalzo y en cuclillas, cerró los ojos dejando que los recuerdos de todos los momentos felices vividos junto a ella le llenaran la mente. Sabía que, desde ese entonces, su único consuelo sería regresar a sus memorias, y pensar que incluso habían hablado de tener hijos.

Así, entre recuerdos, el amanecer lo sorprendió con Cyn despertando al fin, y L, que no pretendía perturbar el despertar de su amada dado que no lo recordaría, decidió marcharse, no quería escuchar cómo ella le preguntaba quién era él y qué hacía ahí.

Sin embargo, apenas empuñó el pomo de la puerta...

— L ¿Eres tú? — habló ella aún desorientada por los sedantes — qué bueno que estás aquí — sonrió mientras, con algo de esfuerzo, tendía su mano hacia él.

Y él, que no contempló que algo así pudiera suceder, retrocedió sobre sus pasos impulsado por el fuerte sentimiento que tenía hacia ella.

— ¿Me recuerdas? — indagó L mientras entrelazaba sus dedos con los de Cyn, confundido con todo aquello.

— Qué cosas dices — soltó ella en un amago de carcajada — claro que te recuerdo, no tengo amnesia, no me golpee la cabeza tan fuerte — aunque no era del todo correcto, había olvidado como su volante se había movido como si tuviera vida propia, llevándola a chocar violentamente contra un auto que iba adelante de ella.

Al escuchar esa respuesta a L dejaron de importarle todas sus dudas y confusiones, desaparecieron todos sus temores porque la tenía ahí, delante de él mostrándole una hermosa sonrisa, prometiéndole con su mirar que todo estaría bien. Y con eso para el detective era más que suficiente.

A través de sus labios y de su voz, L dejó escapar una incipiente risa para buscar con sus manos el rostro de su esposa, y darle aquel anhelado beso que creyó no podría darle nunca más.

— Supe del accidente ¿Cómo está Cyn? — Gohan, que no había tardado en enterarse de la noticia, no lo había dudado ni un instante a la hora de hacer una video llamada a L para ponerse al corriente de lo sucedido

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— Supe del accidente ¿Cómo está Cyn? — Gohan, que no había tardado en enterarse de la noticia, no lo había dudado ni un instante a la hora de hacer una video llamada a L para ponerse al corriente de lo sucedido.

— Bien, Gohan — explicó L mientras revolvía pasivamente la ingente cantidad de azúcar que le había añadido a su café — ya está en el laboratorio, ha vuelto a su rutina sin ningún problema.

— Qué bueno, amigo, me alegro por tí — dijo mostrando una sonrisa genuina. Se alegraba mucho por ambos, al escuchar las palabras de L sentía que se había quitado una enorme angustia de encima.

Sin embargo...

— ¿Hay algo que quieras decirme, Gohan? — preguntó L sin preámbulos, clavando sus incisivos ojos en el rostro de su acompañante, que repentinamente había reflejado una expresión de tristeza, como las que le había visto en el pasado.

Pero había algo más, estaba totalmente convencido de ello. Si tan sólo hubiera sido aquella tristeza reservada, L hubiera dejado correr el asunto. No obstante, fue ese tinte fugaz de profunda preocupación surcando sus ojos lo que le hizo prestarle toda su atención.

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