Capítulo 4

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La muchacha llevaba puestos en sus orejas unos audífonos para no aburrirse con el largo viaje que aún le quedaba por delante, pues ya había volado desde Latinoamérica hasta Francia, pero le quedaban casi las mismas horas para llegar a Japón.

Fue al sentir al joven removiéndose inquieto por enésima vez cuando su crispación estalló.

— Si te asusta volar, no deberías haber subido — le dijo, ya bastante molesta.

— No es eso — le respondió L con su suave voz, llevándose el pulgar a sus labios, como si con ese simple gesto pudiera aumentar el escrutinio hacia ella.

— No mientas — siguió la mujer, ahora con una chispa de algo similar a la diversión brillando en sus ojos — tienes unas ojeras muy grandes, no debes haber dormido por días por el miedo de subir al avión.

— Eso es solo porque duermo poco — resolvió él llanamente, cada vez más interesado en ella — estoy incómodo porque estoy acostumbrado a poner los pies en el asiento.

— ¿Y eso por qué? — inquirió ella, ahora volteando directamente para encararlo, dispuesta a satisfacer su curiosidad — ¿Tienes problemas vasculares?

— No, es una costumbre que además me ayuda a deducir de mejor manera — siguió explicando sin levantar su voz ni un ápice, como si fuera lo más normal del mundo.

— ¿Deducir? — la muchacha lo miró como si fuese un ser de otro mundo.

— Así es, soy detective — dijo por toda explicación, ganándose una mirada que viraba entre la incredulidad y la mofa.

— A ver — dijo ella acomodándose mejor para prestarle al hombre la debida atención — demuéstrame que no me estás tomando el pelo. Pon los pies sobre el asiento, total, somos los únicos en esta fila — lo alentó — y ahora dime qué deduces de mí.

L puso su mejor cara de circunstancia y, tras pensarlo un breve momento, se acomodó para tenerla de frente. La observó durante un par de segundos, y comenzó:

— Eres de Sudamérica... por tu acento me atrevo a decir que eres de Paraguay, concretamente. Eres independiente, vienes de vacaciones, no eres de seguir la moda, ni del tipo maternal — concluyó, sin haber parpadeado ni una sola vez en el rato que llevaba con los ojos clavados en ella.

— Vaya — musitó para sí la joven. Sin embargo, la sorpresa reflejada en sus ojos le dijo a su acompañante todo cuanto necesitaba saber — ¿De verdad pudiste adivinar todo eso sólo con poner los pies en el asiento? ¿Dónde está el truco? — terminó bromeando, con una leve sonrisa plasmada en sus labios.

El joven se contagió con aquella sonrisa, siendo inevitable para él corresponderla.

— Me ayuda. Pero deduje, no adiviné — puntualizó — el subir los pies, de algún modo me ayuda a percibir mejor los detalles.

— Soy Cyn ¿Y tú?

— Soy L — le dijo.

— ¿Es la inicial de tu nombre? — indagó, extrañada con aquello.

— No, así me llamo.

Empezaron a conversar cada vez más animados sobre distintos temas en lo referente a ellos, descubriendo al fin que ambos iban al mismo país y cuidad.

— Eres joven para ser una encargada en un laboratorio multinacional — concedió L con todo el mérito que aquello acarreaba — normalmente a los sudamericanos les gusta ir a Europa.

— Me lo ofrecieron — admitió — pero le pedí al encargado que si tenía algo para oriente me avisará, y se dio esta oportunidad. Así que aquí estoy, no me gusta el cliché de ir a Europa.

— Entiendo.

— ¿Y tú de dónde eres?

— Buena pregunta — llevó el dedo pulgar a sus labios, pensando — mi madre era japonesa y mi padre inglés. Nací en Vladivostok y crecí en Inglaterra, pero... — hizo un mohín, como resolviendo algo mentalmente — digamos que nunca he vivido en un lugar mucho tiempo.

— A la que me digas que también eres parte latino... — rio — porque hablas muy bien español.

Él, viendo la oportunidad, se la quedó mirando con su cara inexpresiva y comenzó a hablar en japonés, ruso, chino, inglés e italiano con total fluidez y naturalidad.

— Aparte de detective, eres políglota — dijo, cada vez más atraída hacia él.

Se atrevía a decir que era el hombre más interesante que había tenido la suerte de conocer y, por supuesto, eso le gustaba.

Al final, entre charla y charla el viaje se les terminó haciendo corto a ambos, y L había estado más que agradecido de poder viajar cómodamente con los pies en el asiento. Cuando llegaron a su destino la joven se levantó y se movió un poco para darle espacio a él.

— Por eso no me gusta ir a visitar las instalaciones en Paraguay, y ver a mi familia.

Siguieron conversando mientras esperaban para recoger el equipaje.

— La pasé bien contigo — sonrió de buena gana — llámame y te llevaré a conocer varios lugares interesantes — dijo con cierta picardía en la mirada.

Luego, tomó su equipaje y tras despedirse de él se reunió con una amiga que la había ido a esperar al aeropuerto.

— Qué raro es ese tipo con el que hablabas — le dijo Keiko a Cyn en un tono bajo tras haberse saludado con un abrazo.

— Es interesante, me gustó — rio la latinoamericana.

— Supongo que ya le diste tu número — curioseó su amiga, ahora con un tono más cómplice y juguetón.

— No, y el tampoco el suyo — sonrió abiertamente ante el rostro confuso de la japonesa.

— Pero le dijiste...

— Me llamará, te lo aseguro — concluyó, guiñándole un ojo de forma coqueta.

Mientras, a unos metros de distancia, L contemplaba la esbelta silueta que se iba perdiendo en el horizonte, cuando sus labios, como cobrando vida propia, esbozaron una sonrisa.

Mientras, a unos metros de distancia, L contemplaba la esbelta silueta que se iba perdiendo en el horizonte, cuando sus labios, como cobrando vida propia, esbozaron una sonrisa

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A Gohan, habiendo llegado a su destino, lo primero que se le antojó hacer fue ir a la casona donde, durante un tiempo en el pasado, llegó a ser tan feliz.

Su madre, durante todo ese período de ausencia, se había encargado de pagar a alguien para que la mantuviera, y para Gohan fue como si nunca se hubiera alejado de aquel lugar. La casa estaba en perfecto estado, tal y como él la vio por última vez. O casi, pues echó en falta el árbol frente a su ventana de su habitación.

Como impulsado por una necesidad impalpable, entró para dirigirse directamente al sótano donde no pudo evitar ir tocando las paredes, como si con ese simple contacto reverberara en su interior avivando sus recuerdos. El baño estaba todavía en buenas condiciones y el camastro de campaña, al acariciarlo y acercar su rostro, percibió que todavía guardaba el aroma de él. Aspiró una vez más, notando cómo su corazón se aceleraba. Eran demasiadas emociones, demasiadas imágenes fugaces agolpándose dentro de sí con mayor vehemencia. Demasiados sentimientos que recobraban fuerzas.

Todo ello despertó en Gohan la tentación de, al día siguiente, cuando fuera a la comisaría, buscar sus antecedentes. Ya habían pasado diez años... y seguramente él ya tendría su vida hecha. La sola idea lo desinfló, pues con toda certeza, supuso, Piccolo ya no lo recordaría.

A diferencia de él, que nunca pudo dejar de pensar en el joven de piel verde.

Nuestros demoniosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant