Capitulo V: Un secreto revelado (I/III)

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—¿Qué tienes? ¡Te has puesto verde! —exclamó Gerald dejando la red llena de peces en la orilla.

Yo no era capaz de hablar. Desvié el rostro y empecé a vomitar.

—¡Soriana! —dijo Erika, acercándose a mí— ¡Te has roto la pierna!

Cuando paré de vomitar miré mi pierna. En la rodilla tenía una herida que sangraba. Al resbalarme de la roca me la había herido.

—¡Sé una pócima que puede ayudar! —dijo Gerald.

Aren lo miró y asintió. Luego pasó una mano debajo de mis rodillas, la otra la colocó en mi espalda y me cargó. Yo estaba mareada, todavía con el sabor desagradable en la boca y con náuseas. No fui capaz de protestar. Rodeé su cuello con mis manos y vi la preocupación en sus ojos verdes. Él me depositó con delicadeza, un poco alejada del lago, sobre un montón de hojas caídas. Erika se acercó a nosotros.

—¡Luces muy mal, Soriana! ¡Estás pálida!

Desde que encontré el libro misterioso había estado sintiéndome así, atacada por el dolor y las náuseas. El brebaje que lars Kormark me preparó en el palacio flotante me ayudó, pero no me curó del todo y ya se había terminado. Ese día no había podido comer nada y ahora de nuevo me sentía fatal. Empezaba a sospechar que el veneno que inhalé era mucho más fuerte de lo que supuse al principio.

—No te preocupes, ya se me pasará —dije viendo como Aren sacaba de su mochila su pequeño mortero.

—Iré por unas hierbas, haré un ungüento para ti.

Yo sonreí un poco, pero al instante, de nuevo, volvían las náuseas.

Aren regresó junto con Gerald. Ambos habían preparado una mezcla que me aplicaron sobre la rodilla, pero lo que más me molestaba no era la herida sino el mareo, el dolor de cabeza y las náuseas. Era evidente que continuaba envenenada.

—Creo que debemos llevarte con lara Wihelmina, ella sabrá qué darte, has vomitado mucho —expresó Erika su idea con preocupación.

Resignada asentí.

—¿Puedes caminar? —preguntó Gerald con algo de ansiedad—. Puedo cargarte si lo deseas.

—No te preocupes, yo lo haré —se apresuró a decir Aren, deslizando sus manos por debajo de mis rodillas de nuevo.

Lo miré y me mordí los labios. A pesar de lo mal que me sentía me gustaba que fuera tan atento conmigo. Él empezó a caminar llevándome en sus brazos mientras nuestros amigos nos seguían un poco retrasados.

—¿Peso mucho? —le pregunté aun mareada.

—¡Ja! No pesas nada.

—Pero parece que te caerás —le dije en medio del malestar con una media sonrisa—, si te caes me sentiré culpable y además me lastimaré.

—No permitiré que te lastimes, Soriana.

Sus ojos verdes se posaron en los míos con esa calidez que lo caracterizaba. Sonreí más, empezaba a gustarme estar enferma.

—¡Que valiente y cortés eres! —dije solo para molestarlo, quería que se avergonzara—. Tendré que enfermarme más a menudo para que siempre me trates así.

Aren me miró y su incipiente manzana de Adán se movió arriba y abajo, había logrado que se sonrojara. Me encantó verlo así. El corazón se me llenó de un deseo extraño, quería hacerlo sonrojar siempre, quería que trastabillara, deseaba verlo nervioso y que todo se debiera a mí.

—Siempre voy a tratarte así, no es necesario que te enfermes para hacerlo.

Había algo raro en su mirada, algo intenso, brillante, cautivador. Yo quería que él se sonrojara, pero sus ojos fijos en los míos me turbaron de tal manera que sentí como el calor ascendía a mis mejillas. Aren sonrió y miró de nuevo al frente, al camino que teníamos por delante y agradecí que lo hiciera, no podía soportar que me siguiera viendo de esa manera tan particular.

Llegamos al palacio, hasta las dependencias de lara Wihelmina. Cuando la sorcerina nos vio se alarmó.

—¿Qué le ha sucedido a Su Alteza? —preguntó señalando una cama para que Aren me tumbara en ella.

—¡Ha vomitado mucho! —dijo él con la voz llena de preocupación.

—Puedo verlo. Está deshidratada —dijo ella examinando mi piel, me tomó el pulso y luego miró dentro de mis ojos.

Pareció que el hecho de mencionar la palabra vómito fue un gatillo. Me giré y de nuevo un líquido verdoso salió de mi estómago. La sorcerina lo miró, luego me preguntó con voz grave.

—¿Princesa, habéis estado en contacto con irisius?

Sentí la mirada escrutadora de Gerald sobre mí. Me adelanté a responder con voz temblorosa antes de que él pudiera decir algo.

—No, que yo sepa.

—Tal vez de manera inadvertida habéis estado en contacto con irisius, princesa. Tratad de hacer memoria. ¿Habéis usado veneno para cuidar las plantas?

Yo me reí. Era la princesa, ¿cómo podría ocuparme de algo así?

—Lo siento —dijo la sorcerina—, tal vez sin daros cuenta habéis manipulado algún veneno en clases. Vuestra sevje está envenenada. No siempre es líquido, a veces es una pasta verdosa bastante pegajosa.

Algo hizo click dentro de mí.

Ese día temprano en la mañana, al llegar a mi habitación en el palacio adamantino, vi la oportunidad que estuve esperando desde que me hice con el libro. Me encontraba sola así que lo saqué de la bolsa y empecé a leerlo. Pasé toda la mañana manipulando esa pasta verdosa de la que hablaba la sorcerina, pues la carátula del libro misterioso estaba cubierta de una sustancia exactamente igual a la que describía lara Wihelmina. Estuve toda la mañana envenenándome sin saberlo. 

 

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Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora