Epílogo

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 * Al amanecer. *

Iván rodó por la cama para descansar sobre su espalda. El sudor cubría todo el desnudo cuerpo y una pequeña crispación lo recorrió. Sonrió satisfecho. Eso había estado excelente. El amanecer tintaba apenas de gris las ventanas, todavía les quedaban al menos dos horas antes de que tuviera que dejarlo ir de su cama.

Gabriel jadeaba aún con fuerza, con los ojos cerrados, tratando de recuperarse de la maratónica sesión que acababan de terminar.

Iván alargó el brazo para tomar una botella de agua pura. Se sentó sobre sus pantorrillas, quitó el precinto plástico y sin apartar la complacida mirada del cuerpo exhausto, bebió sendos tragos. Un poco de agua escurrió por su barbilla.

Ofreció a continuación a su compañero, quien aceptó agradecido y bebió sediento. Se quedó sentado de ese modo tan suyo, a su lado, acariciando el vientre y el pecho fuerte de su amante. Era tan deseable que no tardó en ceder al deseo de yacer entre sus piernas, que se abrieron para recibirlo. Su compañero lo retuvo descansando los pies en sus riñones. Se besaron sin ninguna preocupación o prisa que se interpusiera entre ellos. Solo estaban los dos, uno sobre el otro, disfrutándolo en completa paz.

Los ojos de Gabriel brillaron.

Ya se había recuperado y su nivel de energía era el mismo de siempre, la actitud de un hombre joven dispuesto a salir corriendo en el momento en que se necesitara, lleno de risas fáciles.

Disfrutaba su carácter, alegre y vivaz, siempre dispuesto a jugar.

Aunque en su oficina, a veces se portaba como un bastardo, en cuanto se quitaba el traje de mandamás regresaba a su personalidad de rehilete. Separó los labios del beso para descubrir la expresión más traviesa danzando en su rostro.

Iván auguraba problemas.

—¿Qué se te está ocurriendo?

—Nada mi amor, me quedé pensando. M me vi a mí mismo, por un momento, en medio de un escenario teniendo un gran orgasmo.

Iván rio a carcajadas. ¡Claro que sí! Ese era Gabriel, saltando a la siguiente cosa maravillosa y atrevida. Mientras no hubiera una cabra, estaría bien.

—¿Cómo te imaginas? —preguntó atento a él. Gabriel salió de su sitio debajo de su amante y se levantó de un salto. De pie, junto a la cama, mostrando su visión con amplios movimientos de manos. Parecía un niño explicando lo que haría en el parque de diversiones.

Iván se recostó en el sitio cálido que dejó su amante, entre los almohadones. Cruzó las piernas y encendió un cigarrillo.

—Estoy en un escenario o algo parecido, el público en la oscuridad, yo desnudo. Siento miradas de lujuria recorriéndome.

—¿Giras alrededor de un tubo? —preguntó desde la cama, dejando salir una bocanada de humo.

—¡Sí! ¡No! ¡No, de frente al público! —Cerró los ojos recreando la imagen—, o como un, no sé, algo fuerte ¡con los brazos atados!

—¿Con cadenas?

—¡No! Con cintas de seda, una roja y una blanca, ¿qué te parece?

—Encantador sin duda, lo que todavía no visualizo es ¿cómo piensas eyacular si tienes las manos atadas?

Gabriel soltó otra risotada, de esas que llenaban el alma.

—Te adelantas, corazón. Es solo el inicio. Quiero dolor, intenso, como el de la fusta, ¡y sangre!

DénnariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora