Un favor

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Eran más de las dos de la madrugada cuando Arturo salió de su espacio privado. Dio indicaciones a su personal y cruzó la puerta de incendios a área de descanso.

José María, uno de los guardias de seguridad informó a los chicos que su jefe les llamaba. Ellos permanecieron sentados en la barra, desde que dejaron atrás al grupo de Eduardo.

Perdidos en sus pensamientos, con sus cuerpos en contacto continuo, ya fuera que se rozaran los hombros o los pies o las manos, pero sin hablar. Fumando, aunque estuviera prohibido, excepto para ellos.

Iván se alejó de la barra; Gabriel dio una última calada al cigarrillo que tenía entre los dedos y terminó su trago antes de seguir a su compañero.

En el privado, Arturo los esperaba con una botella de escocés, hielera y vasos. Iván se tumbó en el sofá largo. Gabriel fue un poco más lento; intentó sentarse, pero desistió, con un gesto de dolor. Se tumbó de lado en el sillón de dos plazas y apoyó la cabeza en el reposabrazos.

—¿Saben? Ustedes están muy dañados. No esperaba eso —dijo Arturo, sentado en el sillón y con el sempiterno cigarrillo colgando de sus labios, que le obligaba a modular la voz de manera distinta. No sonreía, miraba con intensidad—. Ahora entiendo por qué Bruno no ha estado aquí desde la tarde.

—No es como si estuviera enfermo.

—¿Bruno cuál es?

—Es el más fornido de todos, tiene el cráneo rapado y la barba de leñador.

Gabriel lo recordó, era uno de los guardias de seguridad del club. También tenían un pasado con él.

—¿Y qué tiene que ver él en todo esto?

Iván no resistió más la risa, aunque intentó ser discreto. Cuando Arturo tosió, sin decir una palabra más, Gabriel se sentó. No entendía y ninguno parecía querer responder a la pregunta.

—Iván, ¿qué tiene que ver Bruno?

No estaba molesto, sino que los dos se divertían y no era correcto que lo dejaran fuera.

—Cariño, ¿de verdad te crees que eso me salió bien y a la primera? No fue improvisación.

Al comprender, Gabriel se unió a las risas. Arturo también se divertía, pero trataba de disimular un poco. Su empleado quedó en un estado inconveniente.

—Te aprovechaste de él —acusó el dueño del lugar. En realidad, Iván preguntó quién podría ayudarle a montar las luces, sincronizar la música y marcar los tiempos. Arturo sabía que Bruno tenía un enamoramiento con Iván. El joven hombre fue una víctima más de su locura, el más reciente. Todavía estaba en el punto en el que haría lo que le pidiera "el güerito".

—Jamás hice tal cosa; solo le mostré la belleza del dolor sensual. Creo que quedó muy complacido.

—¡Tienes que contarme todo!

—Por supuesto —respondió Iván, zanjando el tema. Brindaron, por el éxito de la noche y después, inició con el punto que le interesaba.

—¿Viste con quien estuvimos cuando terminó el espectáculo?

Arturo asintió.

—El insoportable Plata Robledo y sus amigos.

—¿Plata? ¿Por qué le dices así?

—Es su cargo. Es Comandante hasta donde tengo entendido. Él era del Grupo de Reacción Inmediata, pero ahora dirige una cosa de secuestros. No estoy muy enterado.

—Creo que se enojó un poco —comentó Gabriel, pensativo, hilando lo sucedido con la nueva información.

—¿Qué hicieron esta vez? —preguntó con interés. Cualquier cosa que molestara a Esteban, era aceptable. Nunca se llevaron bien.

Iván se levantó. A pesar de su ropa informal y su cabello suelto y un poco alborotado, el hombre tenía una gran presencia. Se acariciaba los labios, meditando sobre el tema.

—Podría haber una historia con su pareja. Pero al parecer, lo que le molestó hoy fue que la chica que venía con ellos... Bueno, conectamos con ella.

—Estoy seguro de que no le gustó en lo absoluto. Es Ana, no recuerdo su apellido y ha sido su amiga desde siempre, creo que vivieron juntos. El otro es Edmundo, me parece.

—Eduardo —aclaró Gabriel.

—Sí, es verdad. ¿También hay una historia con él? Bueno, ¿con quién no tienen ustedes algo que contar?

—¿Por qué los conoces? —cuestionó el rubio, obviando la pregunta.

—Nuestros padres son medios hermanos. Crecimos siendo cercanos, ya saben; cumpleaños, navidad. Esteban iba a las fiestas familiares cuando era un tipo de la mitad del tamaño que tiene ahora y con acné. Ella era una muchachita, insulsa y delgada.

—¡Vaya! Qué pequeño es el mundo. No pensé que tuvieras vínculos con un comandante.

—Estoy relacionado con la policía, el ejército y mucho más. Pero Esteban y yo no simpatizamos demasiado —respondió Arturo, el humo del cigarrillo acompañó sus palabras y cubrió su rostro.

Iván continuó su paseo por el pequeño espacio hasta llegar al espejo rodeado de lamparillas. Se miró. Al parecer satisfecho de su apariencia se giró para ver a su amigo.

—Arthur, ¿te podría pedir un favor?

—Querrás decir, "otro favor".

El rubio sonrió, tan atractivo, que Arturo solo suspiró. La petición era un mero trámite; ellos podían pedirle su hígado. Estaba seguro de que se los daría.

—Sabes que sí. No sé para qué te molestas en preguntar. ¿Qué necesitas?

—Una salvaguarda de tu parte.

—¿Ah, ¿sí? ¿Con quién? ¿Van a pedir trabajo? —Quería ser fastidioso, no tan fácil de manejar—. Si llevan ese espectáculo a otros clubs, cuenten con ello. Conozco algunos que pagarían bien por tenerlos como variedad.

Gabriel entrecerró los ojos, fingiendo ofenderse. Pero Iván no estaba por hacer bromas; el asunto era serio para él. Encendió otro cigarrillo, pensando cuanto había fumado ese día. Sus movimientos eran tranquilos, casi desinteresados. Se recargó en la superficie del tocador donde antes Gabriel se había arreglado, cruzó las piernas a la altura de los tobillos; su postura cómoda favorita.

Dio una lenta y profunda calada y habló.

—No —dijo, después de todos esos minutos—. Quiero que llames a tu medio hermano y que le digas que nos conoces, que nos respaldas.

—¿Y para qué haría yo eso?

—Me da la impresión de que se va a interponer en nuestro camino.

—¿Y ahora qué diablos pretendes hacer? ¿No ya tuvieron suficiente por hoy?

—Apenas bastante, pero podemos ir por más—respondió Gabriel, sin estar del todo en el tema, aunque más que dispuesto para la siguiente gran aventura.

—Sexo —respondió Iván —. Con esa chica tan linda.

Arturo se atragantó con el whisky.

—¿Piensas tirarte a Ana? ¿La niña de los ojos de Esteban? —Sacó su celular y comenzó a marcar—. Eso hará que la cabeza le gire tres vueltas, te lo aseguro. La cuida como si fuera su mujer.

—Espera. Iván, llama a la chica —sugirió Gabriel—. ¿Qué tal si te dio un número falso? Mejor compruébalo antes.

—No —dijo, con seguridad—. Ella dio sus datos correctos.

Pero de todos modos hizo caso a la sugerencia.

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