Sacrificio.

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Se acercó a ellos con la vista fija en Érick, quien mantenía esa sonrisa en los labios como si el recién llegado le hiciera el ser más dichoso del infierno.

—¿Qué haces aquí Gabriel?—preguntó Eduardo con un hilo de voz, debatiéndose entre el rencor que se parecía mucho al odio y el anhelo que le desgarraba las entrañas, como si hubiera comido un gato. Casi sentía las zarpas en su garganta.

—¿Así te llamas? —pregunto Érick con sorna—. No me digas. Eres ese arcángel expulsado por desobediente y redimido después. ¿Esperas el perdón?—. La última palabra sonó en sus labios como un insulto.

—¿Y tu nombre es? —preguntó Gabriel. Su voz tan helada como se estaba poniendo la noche.

—¿Qué te importa? —dijo Eduardo, irritado—. ¿Qué derecho tienes a estar aquí? ¿Quién diablos crees que eres para arruinar mi vida entera una y otra vez?

—Vete, Edénnari —dijo Gabriel, pronunciando esa palabra extraña. Eduardo no entendió qué quería decir, pero hizo que la sonrisa de Érick se ampliara aún más.

—¡Uy! ¡No puedo hacer eso! Este chico ya era interesante antes. ¿Ahora? No me saca nadie de aquí.

Se recargó en su camioneta, sacó un cigarrillo y comenzó a fumar. Cruzó los brazos, se veía fascinado.

—Tenemos que ponernos al día. ¿Desde cuándo estás aquí? ¿Por qué no me buscaste? No es como si te costara trabajo hallarme.

Eduardo cayó en cuenta, hasta ese momento, que el único que no entendía nada era él.

—¿De qué están hablando? Gabriel, ¿lo conoces? ¿Es uno más de tus amantes? ¿Hay alguien en la ciudad con quien no te hayas acostado?

—¿Fue la lujuria? —preguntó Érick, soltando una risita. Gabriel guardaba silencio y miraba al de cabello oscuro con algo parecido al odio. O al miedo.

Y ninguno de los dos prestaba la menor atención de Eduardo. Eso lo sacó de sus casillas. Tomó la mano de Érick y tiró de ella con fuerza.

—¡Vete de aquí Gabriel! No tenemos nada que hablar y puedes ver que estoy ocupado.

Se dirigió a la puerta de su apartamento, pero un violento jalón lo hizo dar un traspié. Gabriel había tomado del hombro a Érick y lo hizo retroceder para estamparlo contra su jeep.

—Sobre mi cadáver, cabrón. Te quiero lejos de él.

Érick dejó de sonreír, para mirar con intensidad a Gabriel.

—¿Por qué te importa tanto?

—Eso es asunto mío. Vete y que no te vuelva a ver cerca de él. ¿Me entiendes? —dijo, empujándolo contra la puerta de su jeep, pero no pareció especialmente intimidado por el trato violento. Le dio a Eduardo la mirada más seductora del mundo.

—Creo que tienes un problema, cariño. A menos que tengas algo que decir al respecto, creo que me iré. Pero déjame decirte que tengo muchas ganas —, echó una larga mirada por todo su cuerpo y se detuvo en la bragueta de su pantalón —, de conocerte mejor.

¡Eduardo también quería conocerlo! Aferró los hombros a Gabriel para sacarlo de encima del otro, que seguía empotrado al costado de su propio auto. Gabriel era más alto y fuerte, pero la rabia le dio un extra para desestabilizar el enorme cuerpo y lanzarlo a un lado.

Se interpuso entre ellos con la espalda pegada al cuerpo de Érick. En esos breves minutos, pudo sentir la rigidez de su entrepierna, clavándose entre sus nalgas, a través de los jeans del joven y de su propio pantalón de vestir de lana. La sensación lo mantuvo centrado. Haría que Gabriel se largara para continuar con lo que estaba haciendo, antes de esa interrupción.

DénnariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora