Vinculación

238 34 11
                                    

Iván volvió a su sitio en la cama, entre las almohadas. Gabriel también, volvió a recostarse cómodamente como estaba minutos antes, con la cabeza apoyada en el vientre de Iván. Se notaba que habían estado charlando apaciblemente. Sus rostros relajados y sonrientes hablaban de lo bien que la pasaban juntos.

Ana sintió el aguijón de la envidia clavado en su vientre, lo cual era horroroso. Ella jamás fue una persona envidiosa. No sabía qué le pasaba esa noche. Dudó por un momento si sentarse en el sillón de orejas, pero por impulso eligió la cama.

No tenía en mente pedirles que la incluyeran. Era solo que se sentía bien acercarse a ellos.

Después de un momento de duda, se acostó al lado de Iván, le entregó los cigarrillos y el encendedor y se llevó la botella a los labios. No le gustaba beber brandy solo y menos a pico de botella, pero esa noche, se dijo, era necesario emborracharse un poco.

No fue consciente de su necesidad de cercanía con Iván. Gabriel había sido su foco de atención, el hombre que deseó todo el tiempo, el que le preocupó al punto de interceder por él cuando pensó que estaba sufriendo.

Por otro lado, el sentimiento era para Iván. Y no tenía modo de saber qué hacer con esa información.

El rubio la miró, agradecido, como si pudiera leer a través de su piel y carne, directo a sus pensamientos y sentimientos. Observó entonces los cigarrillos.

No fue que se pusiera serio, pero su expresión se tornó un tanto oscura. Compuso un gesto de diversión que restó pureza a su rostro.

—Mira, corazón, te conocen los gustos —. Su tono fue cantarín, alegre. Tal vez demasiado.

—No comiences —. En cambio, Gabriel respondió seco y sin matices, como quien sabe que se avecina algo que encuentra particularmente desagradable.

—Sabes lo que pienso, no tienes por qué ponerte a la defensiva —dijo Iván, como intentando apaciguar los ánimos. Le besó el cabello, apenas un breve toque con los labios, un gesto dulce.

—Sí, lo sé, lo siento —respondió Gabriel, cerrando los ojos con un sutil alivio, como si hubiera estado a punto de caer al vacío y algún arnés invisible que tenía alrededor del pecho, hubiera funcionado. Quién sabe qué se traían esos dos, pero parecía que Gabriel se sentía culpable y que Iván no quería que se sintiera de esa forma.

Tal vez ese vacío era Eduardo, Ana especulaba, pero si Eduardo estaba tan hecho polvo solo por ver a Gabriel, ¿podría encontrar lo mismo del guapo muchacho en la cama?

—¿Quieres un cigarrillo, Ann?

"¡Ann!"
"¿Ahora soy Ann?"
"Esto avanza peligrosamente".

Pero sonrió.

—¡Claro!

Iván había estado acariciando la entrepierna de Gabriel de modo casi distraído. Con esa misma mano encendió el cigarrillo y se lo ofreció a ella. Ana no pudo dejar de pensar que algo de su sabor estaría en el cigarro.

"Estás muy mal, aquí, acostada junto a dos tipos sin ropa, que apenas conoces, compartiendo tabaco importado".

—¿Quieren?

Bebió a pico de botella y ofreció a los hombres. Gabriel alargó el brazo para tomar la bebida, dio dos largos tragos y se la pasó a Iván, que solo bebió uno, tomándole sabor.

Tomó a Gabriel por la nuca y con un beso, le pasó el licor ardiente. Gabriel aceptó el regalo, gustoso.

Ana sintió que era una intrusa en toda esa intimidad. El trato que hicieron no especificaba a qué hora terminaría la fantasía. Tal vez era hora de ir a la cama. A solas, por supuesto. Al tratar de levantarse, Iván la detuvo con la mano en su hombro.

DénnariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora