20. Felicidad

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Mikasa detiene el movimiento de la mecedora con ayuda de sus pies. Se levanta con cuidado, procurando no despertar a su pequeño hijo. Luego de alimentarlo y proporcionarle palmaditas en la espalda, Sōji cayó rendido en su hombro. Ingresa a la sala de estar del castillo donde se hospedaba y lo ubica en la cuna junto a su hermana, quien, al sentir su presencia, abre sus ojitos y realiza un puchero.

—¿Qué sucede, mi pequeña? —preguntó, con voz baja, tomándola en brazos. La infante no tarda en soltar gimoteos—. Tuviste un mal sueño, ¿verdad?

Saliendo de los aposentos con la bebé en brazos, baja el pequeño tramo de escalones que conducen a los jardines del lugar. Inhala el aire fresco y la sensación cuando este llega a sus pulmones, la relaja. El día estaba hermoso. Hizuru lo era.

Ya hacía dos semanas que se encontraba ahí con su familia. Luego de que la noticia del nacimiento de sus hijos saliera a la luz, Kiyomi no tardó en enviarle una carta comentando miles de felicidades y sus grandes ansias de conocer a los bebés, que, a pesar de no ser totalmente puros, una parte de la sangre del clan asiático corría por sus venas.

Habló con Levi al respecto y él no puso mucha retención al respecto. Las remodelaciones de la cabaña ya iban a iniciar, ella ya estaba segura de querer aprender un poco más de sus raíces y, bueno, como era obvio, rara vez le niega algo.

El tiempo estimado de su estancia es aproximadamente de un mes. La nación, comparada a años atrás, se hallaba más recuperada y viva. En su primer día, la excitación y el nerviosismo no abandonaron su cuerpo. Ya deseaba averiguar que hacía a esa línea sanguínea tan especial. La recibida fue cálida y amena, exceptuando a los variados soldados y sirvientes que la veían como una eminencia o un ídolo. La llamaban y aclamaban como ¨La princesa que vale por cien soldados¨ al ser la descendiente del shogun de Hizuru que destruyó al demonio de Paradise, Eren Jaeger, y previno que el retumbar destruyera lo poco que quedaba de su querido país. Eso la incomodó hasta cierto punto. No le eran comunes aquellos tratos tan formales.

El castillo donde vivía temporalmente, era muy diferente al estilo de Paradise donde habitaba la reina Historia, tanto en estética como en tamaño. Mas, eso no lo hacía menos confortable, por el contrario, le gustaba mucho, era interesante y llamativo. La ropa no se quedaba atrás. Kiyomi le regaló varias prendas tradicionales desde vestidos largos y elegantes con estampados que nunca vio antes, hasta los denominados "kimonos". Y no sólo a su persona. A Levi y los niños les ofrecieron un buen par. Usaba con regularidad los últimos.

Kiyomi se maravilló ante los bebés. Sus ojos brillaron y les brindó una reverencia al mantener la sangre de Hizuru viva por un poco más de tiempo. Desde su llegada, se asegura de que no les falte nada. Los consentía de una sobremanera que ablandaba su corazón y destruía las diminutas dudas que su pareja conservo de su actitud.

Hablando de él.

A Levi no le molestaba el ambiente. Incluso, siempre salía temprano para estudiar las plantaciones de té. Le ha dicho en reiteradas ocasiones, que le gustaría llevar algunas muestras para la tienda y así ofertarlo. A ella le parece una excelente idea.

En su caso, ha aprendido mucho. Perfeccionó la costura, aprendió a profundidad sobre simbolismos, alimentación, jardinería y costumbres. La cultura era tan rica, que todos los días, conocía algo nuevo. Eso le agradaba.

El sonido de los lloriqueos provenientes de Yua, la saca de sus cavilaciones. Inmediatamente, camina de un lado a otro, acunándola, intentando calmarla.

—Ya, ya, mi amor. Mamá está aquí. Con mamá a tu lado no hay sueños feos.

—Llegué —oyó a sus espaldas. Su esposo había vuelto.

𝑺𝒕𝒂𝒚 𝑾𝒊𝒕𝒉 𝑴𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora