Las Aguas del Oeste

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     Las doce hembras protegían a los tres ballenatos. Jeriko no podía evitar sonreír al ver a los gigantescos bebés nadando alrededor de las hembras y de ellos.

«Cachalotes», pensó. Por su enorme cabeza, no podían ser otros animales. La luz del sol a través del agua las hacía parecer azules; pero Jeriko sabía que eran de un color pardo grisáceo. Gozz le dijo que, algunas veces, los usaban para protegerse hasta llegar a las Aguas del Oeste, el reino de los espumeros, ya que en el camino podían encontrarse con tiburones agresivos, muchos de ellos; era mejor estar protegido por un ejército de gigantes marinos. Al parecer se acercaban a las costas de DarkLand, o eso fue lo que Jeriko dedujo por la ruta que seguían. Llevaba sus dos espadas en las caderas; Gozz solo llevaba una grande en la espalda.

—No las provoques —le había advertido Gozz a Jeriko—. Tampoco te acerques mucho a los pequeños, o te masticarán y te tragarán solo para vomitarte después.

Jeriko no quería terminar como desecho de ballena, así que obedeció. Pero los pequeños cachalotes, si podían llamarse pequeños, se acercaban a él. Debían medir unas cuatro varas de largo, y pesarían más de cincuenta arrobas.

«Domador de ballenas», pensó mientras acariciaba la cabeza de uno de los bebés. En Asteris, se contaban historias de reyes ancestrales que fueron grandes navegantes y podían convocar a las criaturas marinas; tal vez sí fueran ciertas aquellas leyendas.

A lo lejos, lograron ver un gran tiburón blanco; el animal los ignoró al ver que estaban rodeados de cachalotes, y prefirió perseguir a un grupo de atunes que pasaba nadando.

Llevaban nadando dos días y dos noches; las Aguas del Oeste estaban más lejos de lo que Jeriko pensaba. Para pasar el tiempo, les puso nombre a los cachalotes bebés: Roca, Gris y Coral.

Una de las hembras tenía muchas líneas blancas en la cabeza, recuerdos de batallas con los monstruos marinos.

—Calamares gigantes —dijo Gozz—. Son su comida favorita, pero es una presa que no cae sin luchar. Son los primos pequeños de los krákens.

—¿Qué tan grandes son los krákens? —preguntó Jeriko.

—Gigantescos —respondió Gozz—. Los antiguos hijos del mar les temían tanto que pensaban que eran algo así como los dioses de las profundidades. Luego descubrimos que eran simples monstruos gigantes y que podíamos matarlos... Aunque, para matar a un kraken deben morir al menos una veintena de hijos del mar, en el mejor de los casos.

Si debajo del agua tuviera aliento, Jeriko hubiera suspirado.

Se encontraron con un grupo de calamares; los más grandes eran tan largos como Gozz. Los cachalotes adultos los devoraron, Gozz consiguió atravesar a uno pequeño con su espada, y le hincó los dientes mientras el animal desprendía una nube negra. Jeriko también atrapó a otro pequeño y se lo comió; extrañaba cocinar a los animales para comérselos, pero como merrow su gusto también había sufrido cambios.

Roca se le acercó y le dio un empujón con su gran cabeza; era el mediano de los tres, y su color era el pardo. Gris no se ganó su nombre en vano, era el más grande, y Coral, una hembra, la más pequeña de los tres.

—¿Qué pasa, pequeño? —le preguntó Jeriko a Roca mientras lo acariciaba—. ¿Viste algo?

Los cachalotes cambiaron su rumbo, al Suroeste. Se despidieron de los merrows con un canto estrepitoso.

—Ahí está —señaló Gozz—, Khala-nthra: el castillo principal de las Aguas del Oeste, y morada del rey Sgye Ka-Lla.

Si Gozz no le hubiera dicho lo que era, Jeriko pensaría que era un erizo de mar negro y gigante. Se acercaron, y el merrow-antes-humano seguía sin hallarle forma. Solo eran enormes púas que salían del suelo, cubiertos de algas y cangrejos. Pero ocultos por las púas, había una maraña de pasillos ancestrales y arcos hechos de piedra y coral. Unos guardias ascendieron nadando, y detuvieron a Jeriko y a Gozz. Eran un espumero y un cecaelio; armados con arpones de hueso de ballena.

Confrontación de Mundos [IronSword / 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora