Capítulo 8

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Como dijo Hipólita, partí con los primeros rayos de Helios. Me despedí de las amazonas, de esas mujeres que desafían a los hombres en todos los aspectos, mujeres que no deben caer en el olvido y que deben ser recordadas por los tiempos venideros.

Pegaso surcaba el cielo tranquilamente, sin que nada le estuviera molestando, bueno, de vez en cuando, se acercaba un pelín a la superficie de mar que parecía que estuviera galopando sobre él. Me asomaba por si laterales para ver la superficie de este, algunas veces veía delfines, otras hipocampos que nos acompañaban.

—Pegaso, ya se ve Delos— Dije desde su grupa.

Pegaso aceleró su vuelo y llegamos de inmediato a la isla. Desmonte y ande por la playa de la isla, aquel lugar no había sido tocado por la mano del hombre, todo estaba virgen, intacto, como los dioses lo habían creado.

Antes que pudiera bajar la guardia, escuché el tensar de un arco y de seguido el silbido de una flecha a mis espaldas, rápidamente alce mi escudo y la flecha quedó clavada. Una jauría llegó rápidamente a la playa de la isla y detrás un grupo de ninfas cargadas con las reses que habían cazado.

—Vengo en búsqueda de Artemisa— Dije mientras bajaba el arco.

—Aquí me tienes—Dijo una joven que portaba arco —Veo que has interceptado mi flecha.

—Yo no soy una presa fácil— le sonreí a la diosa cazadora.

Una leve sonrisa se había dibujado en el rostro de la diosa, eso era una buena señal.

—¿Y porqué me buscabais?— Dijo Artemisa mientras tomaba su flecha del escudo.

—Necesito vuestra ayuda para dar caza a Licaón.

—¿Licaón? ¿Licaón, el licántropo?— Dijo una ninfa sorprendida.

—Así es—Respondí —Y acudo a ti, Artemisa, como gran cazadora de bestias y por tu alto conocimiento de animales del mundo de la noche.

—Si, he cazado gran diversidad de bestias pero no ese tipo al que te vas a enfrentar pero te puedo guiar en su comportamiento—Comentó la diosa lunar —A pesar de tener la mitad de un hombre, su otra mitad es un lobo, te puedo enseñar cómo se comportan y qué debes hacer.

Artemisa se encaminó al interior de la isla y todas las seguimos, Pegaso también se unió al grupo. Caminamos hasta encontrarnos con el santuario de la diosa, hogar de la deidad y de sus compañeras de caza.

A lo lejos divise un grupo de ninfas que estaban sentadas alrededor de un joven, de cabellos dorados y piel tostada y que en sus manos tenía una lira.

—Aquel de allí es mi hermano, Apolo. Me visita de vez en cuando a nuestra isla de nacimiento, aunque normalmente nos reunamos en el olimpo.

—Ya veo.

Seguí caminando detrás de la diosa ignorando la mira del dios solar que se había fijado rápidamente en mi presencia. Notaba que sus ojos dorados se posaban en mi figura.

—El lobo siempre me ha acompañado en mis noches de cacería, es un buen cazador, posee un olfato y oído excelente. Normalmente suelen cazar en manada, dirigiendo sus presas a una muerte segura, pero no estamos hablando del grupo sino del que se queda solo y tiene que sobrevivir por su cuenta— Informó Artemisa —Aquel lobo que se queda regazado o sólo, tiende a buscar presas fáciles que no le hagan desplazarse del lugar, por ejemplo, un rebaño de ovejas, dónde puede darse un festín en cualquier momento.

—Y el festín de Licaón son los hombres y mujeres del lugar—Añadí.

—Así es—Artemisa de paró en seco y se giró sobre sus talones —Dar muerte a un lobo es complicado y requiere rápidas respuestas porque si fallas en darle muerte, puede suceder dos cosas, o que huya del lugar por un tiempo o que tu seas su próxima presa. Pero no estamos hablando de un lobo común sino de un licántropo, no sólo tiene la fuerza del lobo sino la inteligencia del hombre.

Esposa de la GuerraWhere stories live. Discover now