Germán seguía rasgando la guitarra, la vista puesta en ella y, de vez en cuando, levantado los ojos hacia Natalia, sintiéndose feliz de haberla recuperado como amiga y con la mente puesta en Adela y en su hija. El haber recuperado a Natalia le daba una fuerza especial para quizás tener el valor de intentar arreglar su vida.

Allí los tres, al son de esa melodía sintieron que sus figuras se transportaban a una dimensión, más auténtica, más real, más palpable. La música emergía con tal facilidad que Alba estaba sorprendida, nunca había escuchado tocar tan bien a Germán y mucho menos cantar... El médico estaba consiguiendo elevar sus espíritus a ese otro nivel, el del espacio etéreo, a ese nivel al que solo la música es capaz de transportar el espíritu, lejos de todo, de los problemas, de la razón, de los miedos, de la lógica y la realidad que las rodeaba y las esperaba. Ese increíble momento, solo lleno de notas que se escuchaban con firmeza, e imprimían un sello de maravillosa espiritualidad a aquellos instantes compartidos por los tres.

Alba miró de nuevo a Natalia, se acercó aún más a ella, apoyó su brazo izquierdo encima de las rodillas de la pediatra y recostó la cabeza sobre él, la otra mano la elevó buscando su par y entrelazó los dedos con ella. La pediatra, sin dudarlo, comenzó a acariciarla, con suavidad, paseando las yemas de sus dedos entre su pelo y allí cogidas de la mano, sintiendo sus caricias Alba tuvo la sensación de elevarse al cielo, de que su alma volaba tan alto, tan a salvo de todo, que nada podía dañarla.

La pediatra le levantó la cara para volver a perderse en sus ojos y le sonrió tan dulcemente que Alba temió estar soñando, temió que Germán dejara de tocar y se rompiese aquel momento, cayendo al suelo de bruces. Pero no fue así, era aquel lugar el que transmitía esa sensación, esas emociones que anidaban en sus almas, esas tres almas que eran muy diferentes en tantas cosas, que con la distancia de los años se habían ido curtiendo, pero tan parecidas en sus espíritus, que era imposible medirlas en años, solo en sentimientos.

Los tres experimentaron el éxtasis de aquellas notas, y se dejaron elevar por él... Germán cerró los ojos sumergido en el placer que le había producido siempre tocar, a pesar de llevar tanto tiempo sin practicar, el hecho de que Natalia se lo hubiese pedido, le produjo una satisfacción especial y un deseo ya olvidado de hacerlo, como siempre, con los ojos cerrados, sumergiéndose en las notas que arrancaba de su guitarra.

Alba, al verlo tan concentrado, aprovechó el momento, se puso de rodillas, le giró la cara a Natalia que tenía puesta la vista en aquellos dedos que tocaban sin parar y el placer que le producía esa canción y la besó, sin pensar en nada ni en nadie que no fuera ella, y lo mucho que la amaba. Natalia sintió que ese beso era el complemento perfecto, que disipaba cualquier asomo de duda que hubiera experimentado al conocer que la enfermera haría aquella entrevista, y se perdió en él, deseando no encontrarse nunca, permanecer siempre refugiada en sus brazos. Alba lo prolongó disfrutando del sabor dulce de sus labios, divertida con el rubor en esas mejillas cansadas, que mostraban lo azorada que estaba ante Germán, que seguía sin ver nada, para él solo había música y recuerdos, unos compartidos y otros que siempre había guardado para sí.

Los tres se permitieron, durante varios minutos más, el lujo de vivir ese momento plenamente. Germán disfrutando sobremanera de aquel placer casi olvidado, concentrado en él. Natalia y Alba besándose, una y otra vez, escudriñándose y volviendo a besarse, pausadamente, ajenas al mundo, concentradas en su amor. Y los tres, con la sensación de estar desprendidos de sus cuerpos cansados tras la dura jornada, elevados más allá de aquel patio, de aquellos edificios, cubiertos con los delicados vestidos del alma y sostenidos, allí arriba, por las suaves manos de aquella melodía que se extendía y prolongaba de una manera majestuosa y especial, capaz de transportarlos a un mundo que era solo y exclusivamente de ellos...

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