- Nat, si es que a veces eres tan...

- ¿Tan qué?

- Tan boba – giró la cara para verla y sonriendo continuó – no te pongas nerviosa que te he entendido a la primera. Esta excursión es para relajarnos del día que llevamos, para reírnos y descansar. No estés tan tensa, mujer.

- Vale, lo siento – murmuró.

- En esta zona hay muchos turistas, es raro encontrar un lugar completamente solitario y además por aquí no se me ocurriría hacerlo.

- ¿Turistas? – preguntó con cierto aire de decepción, en el fondo sí que se había imaginado que iba a estar sola con ella, como todas las veces que habían ido al río.

- Si, y también nativos. Se sitúan a orillas del Nilo para mostrar sus habilidades y que los contrates.

- ¿Qué habilidades?

- Saltando, haciendo equilibrios, subiendo por un palo, ¡ya los verás!

- ¿Y para qué los contratan?

- Para dejarse llevar por la corriente del río. Se hacen apuestas y por unas cuantas monedas los jóvenes se juegan la vida metidos en bidones de plástico.

- Todo esto es.... apabullante – reconoció.

- Es diferente – respondió – pero... si lo que quieres es que estemos a solas... - torció la boca en una mueca burlona y de nuevo la miró fugazmente, Natalia la observaba ligeramente sonrojada, lo que divirtió aún más a la enfermera – ya encontraremos un lugar.

- ¿Te vas a estar riendo toda la tarde de mí?

- Solo un poquito, hasta que lleguemos – bromeó.

- ¿Y cuánto falta?

- Nada, ni cinco minutos.

- ¡Vaya! sí que estaba cerca.

- Ya te lo dije – sonrió contenta.

Ambas volvieron a guardar silencio. Alba viró a la izquierda y salí de la pista por un camino estrecho y lleno de baches. Natalia miraba hacia delante, la vegetación de río cada vez estaba más cercana incluso juraría que la temperatura parecía descender. Alba tenía razón, comenzaron a encontrarse con algunos vehículos e incluso pudo observar un autocar estacionado a lo lejos. Seguro que era un lugar precioso pero en el fondo le hubiera gustado más que la hubiese llevado a uno de aquellos parajes recónditos donde solo se escuchaba el sonido del agua y de los animales.

- Aunque no lo creas te va a gustar, por mucha gente que haya esto no deja de ser... salvaje – le comentó adivinando sus pensamientos.

Natalia la miró sorprendida de cómo cada vez con más frecuencia Alba adivinaba todo lo que pensaba y sentía.

- Si te gusta a ti, seguro que a mí también.

- Pues vamos, hemos llegado – dijo deteniendo el vehículo – lo dejamos aquí y seguimos hasta la orilla por ese sendero, ¿preparada?

- Si – sonrió – lo estoy deseando.

De camino a la orilla, Alba comprobó que Natalia miraba insistentemente hacia atrás. Cada pequeño graznido de un pájaro, cada voz cercana, cualquier ruido que escuchaba entre la vegetación que circundaba el sendero, la hacía sobresaltarse, parecía nerviosa y eso extrañó a Alba que apretó todo lo que pudo el paso, deseando llegar cuanto antes a la altura del río, imaginaba lo que le ocurría y lo último que deseaba es que Natalia no estuviese cómoda allí. A lo lejos se escuchaban voces, risas y pequeños gritos, incluso palmas y cánticos.

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