V E I N T E

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 Al momento de abrir sus ojos en la mañana, Maddie sonrió

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Al momento de abrir sus ojos en la mañana, Maddie sonrió. El simple hecho de recordar que había hecho el amor con Erick le hizo poner la piel gallina, así como no hace muchas horas al tener su piel pegada a la suya, convirtiéndose en uno solo. Puso sentir esa hermosa sensación, aquel cosquilleo en el pecho que tanto le gustaba sentir cuando oía hablar al ojiverde, o simplemente verlo a los ojos. Esa noche había tenido la oportunidad de sentirlo, de tocarlo, abrazarlo, admirarlo, observarlo a los ojos y embriagarse de todo él; algo que la dejó flotando entre nubes de algodón de azúcar hasta caer profundamente dormida, teniendo su rostro hundido en el pecho de Erick, quien la abrazaba por los hombros.
 
El sentimiento de plenitud que desde la noche anterior se había asomado en el interior del alma de la morena aún estaba allí; y tal parecía que no tenía intenciones de irse, pero lo loco era que no se sentía totalmente plena. Algo así como un segundo sentimiento, uno raro, que le decía susurrante que para conseguir esa plenitud debía seguir un poco más. Pero la verdadera pregunta era: ¿cuánto de poco es "un poco más"?
 
La sonrisa en su rostro no duró mucho al darse cuenta que estaba sola en la cama, así que frunció su ceño y abrió sus ojos. Tuvo que esforzarse un poco al sentir la luz del sol chocando con ellos, y cuando pudieron adaptarse a la luz, se sentó en su cama e inspeccionó su habitación. Apenas lo hizo se encontró con la figura del muchacho que se había robado su corazón, con solo su pantalón de jean negro dejando ver el elástico de su bóxer se mantenía descansando su peso en la pared junto a la ventana, simplemente mirando hacia afuera, al cielo despejado y al sol en lo alto como si quisiese descifrar algo y ellos tuvieran la solución a todas sus dudas.
 
De nueva cuenta, Maddie sonrió, esta vez enternecida al ver la atención que Erick parecía dedicarle a la vista que le dejaba ver el vidrio trasparente de la ventana. Sin apuro alguno se puso de pie y tomó sus bragas negras, luego de ponérselas tomó la playera azul marino del cubano, al estar con ella puesta pudo darse cuenta que no cubría demasiado –literalmente ni siquiera llegaba a sus caderas–, pero nada que él no haya visto la noche anterior.
 
Dio media vuelta con la intensión de caminar hasta él, pero antes de hacer miró una vez el rostro del ojiverde. Y por segunda vez desde que despertó frunció su ceño, esta vez no por confusión sino por la preocupación que le generaba ver el rostro del muchacho con aquella expresión. Parecía abrumado, indeciso, incluso espantado y horrorizado, como si lo que sea que pasara por su cabeza lo dejara un sabor tan amargo en la boca que sentía que nada bueno traería. Entonces se acercó hacia él.
 
—Hola, mi cielo —lo saludó con suavidad envolviendo sus brazos por su cintura, y dejó un pequeño beso tras su oreja.
 
—Hola... —Casi susurró, como si tuviera miedo de levantar demasiado la voz.
 
—¿Qué te pasa, Erick? —cuestionó con preocupación.
 
El nombrado soltó el aire que contenía en sus pulmones y se alejó con cuidado de Madison, volteándose a verla.
 
—Nada, solo que...
 
—No, Erick, sí que pasa —negó analizando su rostro—. Capaz que no me creas, pero te conozco bien y sé cuándo te pasa algo o no —se encogió de hombros, como si lo que acabara de decir no importara, ladeando su cabeza—. Y nada más te tuve que mirar dos veces para darme cuenta de que algo te pasa... ¿o no?
 
Erick volvió a suspirar y cerró sus ojos por un momento.
 
—Sí, algo pasa —admitió, abriendo sus ojos y agachando su cabeza.
 
—¿Qué pasa, cielo? —volvió a preguntar con el tono más suave que pudo encontrar.
 
—Es sobre lo de anoche...
 
A Madison se le paró el corazón por unos segundos. ¿Lo de la noche anterior lo tenía tan perturbado?
 
—¿Qué pasa con lo de anoche? —frunció levemente su ceño, reteniendo su impulso de cruzar sus brazos para que Erick no pensara que se estaba poniendo a la defensiva.
 
—¿Recuerdas lo que te dije? —quiso saber.
 
—¿Qué de todo? —rió, a una pequeña parte de ella le divertía su actitud.
—Cuando te dije que te quiero...
 
—Sí, obvio que me acuerdo —sonrió al recordar aquellas palabras luego de que ella se lo confesara—. No sé si quedó claro, Erick, pero me gustás mucho y no exageré cuando te dije que te quiero, porque de verdad te quiero muchísimo.
 
El muchacho suspiró con pesadez luego de cerrar sus ojos, y al abrirlos de nueva cuenta, frunció sus ceño y su mandíbula se tensó, haciendo que Madison borrara su sonrisa e irguiera su espalda.
 
—Pues bien por ti —soltó con dureza, frunciendo su ceño aun más—. Porque lo que yo dije no es verdad.
 
—¿Qué, qué decís? —rió sin gracia—. ¿Cómo que no es verdad? No me jodas así.
 
—¿Por qué habría de mentirte? —preguntó con obviedad.
 
—Eso mismo digo yo... —habló con su voz temblando cruzando sus brazos por fin—. ¿Por qué se supondría que dijiste eso si en realidad no sentías eso por mí?
 
—No lo sé... —sé encogió de hombros y miró fugazmente hacia otro lado con despreocupación, mientras que el corazón de la morena comenzó a latir de manera acelerada ante aquello—, cortesía, tal vez.
 
Elevó una ceja. —¿Cortesía? —susurró incrédula—. ¿Cómo que lo dijiste por cortesía, pelotudo? Explicame eso porque no entiendo qué mierda se supone que hiciste por cortesía porque no me entra en la cabeza que vos...
 
—Tú me dijiste que me querías —la interrumpió, con un tono de voz indiferente como si estuviesen hablando del clima y no de lo que había ocurrido antes de que hicieran el amor–, y me pareció descortés no decírtelo a ti también, fue por eso que lo dije.
 
Madison frunció su ceño con profundidad, abriendo sus ojos como platos y frunció sus labios al tiempo que sus mejillas se inflaron. Cualquier persona podría notar que estaba molesta.
 
—¿Pero por qué no te vas un poquito a la mierda, Brian? —soltó con rudeza antes de dar media vuelta e ir directo a su ropa regada en el suelo al rededor de su cama. Con la mayor rapidez que pudo se puso sus jeans al tiempo que Erick caminaba hacia ella.
 
—¿En verdad te vas a enojar por eso? —cuestionó con burla y una sonrisa de lado, sus manos en sus bolsillos demostraban lo despreocupado que aquella situación lo tenía.
 
Por otro lado, la morena prendió los botones de su pantalón y se quitó la playera del ojiverde con brutalidad y enojo, sin importarle quedar desnuda de la cintura para arriba frente a él durante unos segundos.
 
—¡¿Y cómo mierda no querés que me enoje, pelotudo del orto?! —casi gritó, tirándole su playera en el rostro con fuerza. Tomó su propia blusa y se la puso con rapidez—. Me dijiste que me querías y después hicimos el amor, Brian —susurró, su voz sonó dolida y un nudo de formó en su garganta. Tomó toda su fuerza de voluntad impedir que sus ojos se cristalicen y que de su boca saliera sollozo alguno—. Y ahora me venís decir que era mentira, que en realidad no me querés y que por lo tanto no me hiciste el amor; y encima tenés el tupé de preguntarme si me voy a enojar por eso como si fuese la boludes más grande del mundo, ¡en cuanto no lo es, carajo!
 
—No es mi culpa que no puedas diferenciar entre algo de una noche y algo real —rodó sus ojos, pasando por algo todo lo dicho por la morena—, Ya superalo.
 
—¡No me digas eso!
 
—¡¿Y qué quieres que te diga?! ¿«Siento haberte confundido, Madison, no era mi intención»? O quizás prefieras un «Era broma, Maddie, te quiero más que a mí mismo».—habló con sarcasmo, lo que hizo que el corazón de la argentina se estrujara—. ¡Nunca podría decirte eso, porque estaría mintiendo!
 
—¿Y entonces por qué anoche me dijiste todo lo que me dijiste?
 
—¡Ya te lo dije!
 
—¿Y por qué me mirabas como yo te miro a vos? —quiso saber, no lo dijo de manera brusca, pero sí lo suficientemente firme y repentina como para tomar desprevenido al ojiverde.
 
—¿Cómo? —preguntó confundido.
 
—Como si no importara nada más —susurró.
 
Pero el oír la risa cínica del ojiverde, todo dentro suyo se derrumbó. Y no tardaría mucho para que todo aquel desastre que era su interior quisiera salir al exterior.
—Mira nada más la película que te haz inventado —negó con diversión. Tomó su playera que ahora descansaba en el suelo luego de que la morena se la haya arrojado, su calzado y lo vio desaparecer a sus espaldas.
 
Luego de oír la puerta cerrarse y cerciorarse de que su respiración agitada era la única allí, se dejó caer en el suelo y descansó su espalda en la cama. Respiró con profundidad al menos tres veces, las suficientes como para que aquel nudo que persistía en su garganta encontrara con rapidez la forma de disminuir su tamaño. Las lágrimas allanaron sus ojos y luego todo su rostro al tiempo que cientos de sollozos se hicieron presentes, simplemente como demostración del dolor que sentía su corazón. Ni siquiera recordaba la última vez que había llorada, recordaba no haberlo hecho cuando terminó la relación con su ex novio; pero claro, esto era diferente en todas las malditas maneras posibles.
 
Y ni siquiera se esforzó en dejar de llorar, ni siquiera intento calmar sus sollozos. Simplemente se dejó liberarse, tratando de entender cómo el chico que parecía tener el alma más bonita la había lastimado de tal manera.
 
 

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