Capítulo 5.

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2 de julio de 2018
Málaga.

LIDIA

Me duele abrir los ojos. Si no estoy muerta, es un milagro. Siento como si me hubiera pasado un camión por encima. Como si fuera un trapo viejo.

Son las nueve de la mañana cuando la alarma empieza a emitir un sonido súper estridente. Ayer, con la borrachera, debí poner el volumen a tope para asegurarme de que no me quedaba dormida.

Me estiro y me asusto cuando golpeo a algo (o a alguien) a mi derecha. Echo un vistazo rápido a la habitación y compruebo que no es la mía. Mierda, ¿dónde coño estoy?

A mi lado hay un tío roncando. Le reconozco al momento. Es Lucas, el chaval con el que ligué ayer en la discoteca. Aunque, a decir verdad, no recuerdo cómo llegué a lo que supongo que será su casa.
Me deslizo fuera de la cama y recojo mi ropa del suelo con cuidado. Lo último que quiero es que se despierte y tengamos que hablar.

Siempre he sido de relaciones de una sola noche, no voy a negarlo. Aunque me considero una chica fiel, con mi carrera de derecho y mis planes de futuro, nunca me ha gustado demasiado eso de cerrarme a una persona. Y mucho menos después del batacazo que me metí con Ulises, mi ex.

Me visto en el baño y me retoco el maquillaje como buenamente puedo. Parezco un mapache. Decido ponerme las gafas de sol para taparme un poco y me marcho de la casa.

Agradezco al cielo que ayer, antes de que me llamase Mar para tomarme algo de "tranquis" con sus compañeros de curro, dejé la maleta lista para no tener que coger nada hoy.

Mar, mi amiga desde la guardería, quería despedirse de mí antes de que me fuera. Yo le dije que sólo era un crucero y que iban a ser quince días, pero con la intensidad de Mar no se negocia.
Así que allí estuvimos, un montón de médicos buenorros y jóvenes y yo. La abogada del grupo. Mar dice que es una profesión para una persona aburrida, pero yo pienso lo contrario. Me encanta ser abogada. Sólo necesitaría que el cabronazo de mi jefe me diera casos más complejos que un asalto a un supermercado de barrio cometido por un chaval de 17 años. Es ridículo haberme pasado casi siete años de mi vida estudiando para eso. Pero Francisco siempre me repite lo mismo: "Cuando estés preparada, para mí será un placer darte un buen caso". Tus muertos, paquito.

Llego a mi casa y me meto disparada en la ducha. Tengo una hora y media para arreglarme y desayunar. No quiero ser la última pringada en entrar al barco.

El Royal Majesty. Un pedazo de crucero cuyo único fin es que te relajes durante tu estancia en él. Me lo recomendó Miranda, una compañera de trabajo. Ella y su novio habían estado el año pasado y me contó que fue la mejor decisión que tomaron, pero que este año, con las reformas de su nuevo "nidito de amor", no podían permitírselo.

Al principio me negué en rotundo. Qué vergüenza. Yo, sola y soltera, en un barco rodeada de parejas y matrimonios con hijos. Ni de coña.
Pero Martina insistió en que el año que ella fue había muchos grupos de chicos y chicas solteras que iban a pasárselo bien. Aún así tarde dos semanas y media en decidirme a comprar un billete.

Fue el día en el que me llamó Ulises pidiéndome perdón. Por decimotercera vez. Después de que le bloqueara por todas las redes sociales habidas y por haber. Y encima lo hizo desde el número de su madre. Decía que no podía vivir sin mi y que se arrepentía de lo que me hizo. ¿Que qué me hizo? Os preguntaréis. Ponerme los cuernos repetidas veces con su secretaria: la joven y curvilínea Megan. Rubia y alta. Bastante más guapa que yo, todo sea dicho.

Muerte en el mar [Pausada temporalmente ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora