- Y ahora me dirás que esa tensión no es demasiado alta y que el ritmo es normal..

- No – musitó mirando la pantalla pensativa.

- Bien, porque de ahora en adelante aquí se hace lo que yo diga – las miró a ambas y las señaló con el dedo – y esto va por las dos.

- Tiene treinta y ocho y medio – lo interrumpió la enfermera.

- Lacunza, quiero que me digas exactamente qué síntomas te notas.

- Te digo que me encuentro bien, de hecho hoy me encontrado mucho mejor, hacía días que no estaba así.

- ¿Te duele el pecho?

- No, Germán, no me duele nada que no sea la cabeza.

- ¿No has sentido molestias o presión?

- No, y no sigas... que ya sé por dónde vas.

- ¿Ni en la espalda, el costado, el hombro...? - pregunto sucesivamente a lo que Ntaalia iba negando con la cabeza - ¿estás segura?

- Vamos a ver, la espalda me duele muchas veces, pero es normal, cuando me... me altero demasiado también me duele el pecho, pero eso también es normal en... - se detuvo clavando sus ojos en él – Germán, sabes que tengo razón, no me mires así y no saques las cosas de quicio. Habla con Cruz y ella te dirá...

- Ya sé lo que me dirá, he hablado con ella varias veces – le dijo mohíno – pero...

- Pero nada, Germán – lo cortó con rapidez mirando de reojo a Alba que estaba recogiendo las cosas y qué se percató del visaje de la pediatra – sabrás entonces que no es nada más que fruto de la ansiedad y el estrés. Pero estoy en tratamiento y está controlado.

- Alba – se volvió el médico hacia ella - ¿te importa ir a la farmacia a por un antitérmico y un calmante?

- Germán, no me duele la cabeza como para...

- Por favor, Alba – insistió cortándola.

- Ahora mismo voy – dijo saliendo de la cabaña, segura de que ocurría algo que no querían que supiera.

Germán mantuvo la vista fija en ella hasta que la vio cerrar la puerta. Luego se volvió hacia Natalia y clavó sus ojos en los de ella, enarcando las cejas y cruzando los brazos sobre el pecho.

- Bien... ya se ha ido, ¿me vas a decir ahora qué te pasa?

- No tenías que haber hecho eso, ahora va a creer que ocultamos algo.

- ¿Y no es así?

- No. Te he dicho la verdad.

- Lacunza, ya sé que nunca he sido un lumbreras como tú pero..., por favor, no ofendas mi inteligencia...

- Germán, por favor... no insistas... - le pidió con cansancio desviando la vista incapaz de soportar aquellos ojos que la escudriñaban – no pasa nada.

- Lacunza....

- ¿Qué quieres que te cuente! ¿eh! ¿no tienes mi historial? – le preguntó con sorna – pues ahí lo pone todo bien clarito.

- Quiero que me cuentes lo que opinas tú.

- Yo no opino nada.

- ¡Ja! ¡eso sí que no me lo creo! Natalia Lacunza sin opinión sobre algo.

- Ya no soy la persona que recuerdas.

- Claro que lo eres, solo que a veces lo olvidas – le sonrió – y... ahora... ¡cuéntame! Soy todo oídos.

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