D I E C I N U E V E (PARTE 1)

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(…)
 
Habían buscado por todo el hotel –casi todo– y no hallaron señales de su instructor de danza. Las puertas de las habitaciones del equipo habían sido las afectadas al ser golpeadas lo más delicadamente posible por los muchachos, incluso habían caminado hasta la azotea pero aún seguían sin señales de Kyle, quién tampoco había llamado.
 
—Yo digo que deberíamos marcarle…—opinó Joel.
 
—Yo digo que deberíamos bajar a recepción, luego buscar en el restaurante y luego, si seguimos sin encontrarlo, ahí le marcamos.—ofreció Erick a lo que sus amigos asintieron.
 
Por lo que bajaron a recepción, sin mucha prisa realmente, hasta que el móvil de alguno de ellos comenzó a sonar. La música seguía y se miraron entre ellos mientras negaban  hasta que Richard pudo darse cuenta de que era el suyo. Sin esperar demasiado y ni siquiera molestándose en leer quién era el responsable de aquella llamada, deslizó su dedo por la pantalla de su celular y rápidamente puso la llamada en altavoz.
 
—Hol...
 
—¡Rich!—Lo interrumpió la voz de Madison.—Kyle me dijo que les diga que esperen un cachito más en dónde sea que estén esperando...—se le escuchó decir, aún entre todo el sonido de, al parecer, carros y personas hablando.—él en un ratito sube para allá.
 
—¿Tú dónde andas que hay tanto ruido ahí?—quiso saber con el ceño fruncido.
 
—No sos mi viejo para tener ese tipo de información.—rio.—¿Me escuchaste lo que te dije? Quédense un toque más en dónde están, Kyle ya sube...
 
—Dile que no hay problema, nosotros ya estamos bajando a recepción.—soltó sin más. Y sin esperar a alguna respuesta, colgó la llamada y comenzó a caminar.
 
—¿Qué te dijo?—preguntó Christopher siguiéndolo junto a los demás.
 
—Dijo que nos quedemos en la habitación de Zab y Erick; pero ya escucharon lo que le dije.—se encogió de hombros restándole importancia.
 
—Sí, pero...—nuevamente, el sonido de un móvil interrumpió las palabras de Zabdiel.
 
—El mío no es.—negó el moreno luego de ver la pantalla de su celular. Todos lo secundaron al fijarse en el suyo propio  excepto Erick, que se llevó una sorpresa al ver el rostro de Madison en la pantalla de su móvil al mismo tiempo que sentía un poquito de calor en sus mejillas.
 
—Es el mío, es Maddie.—susurró antes de poner la llamada en altavoz después de deslizar su dedo por la pantalla. Sus amigos hicieron bailar sus cejas con gracia, mientras el ojiverde tomaba la delantera de la caminata y se adentraba junto a sus compañeros al elevador.
 
—¡La puta madre, Erick!—soltó la argentina.—¿Dónde mierda están?
 
—En el elevador.—sonrió. Siempre le causó mucha gracia la manera que Madison tenía de expresarse mediante palabrotas.
 
—No te sonrías, Erick.—pidió dando un suspiro.—No es divertido, sé más preciso, ¿dónde carajos están?
 
—¿Cómo sabes que sonreí?—preguntó sonriendo aún más: con sus amigos tratando de no soltar carcajadas a sus espaldas.
 
—No me cambiés de tema, te pregunté dónde están, respóndeme.
 
—Pues estamos a unos pocos pisos de llagar a recepción.—le comunicó luego de corroborar en la pequeña pantalla sobre las puertas de la caja metálica.
 
—¡Vuelvan ya mismo arriba!—gritó, su voz sonando desesperada.—¡Ahora, Erick, dale!
 
—¿Pero por qué tanto alboroto?—cuestionó con su ceño fruncido.—Nosotros sólo...—el sonido de las puertas del elevador abriéndose lo interrumpieron.
 
Y fue cuando primero que pudieron ver fue a Madison, Kyle y Danna de pie en medio de la recepción con sonrisas nerviosas, pero no estaban solos. Detrás de ellos, lo único para lo que Zabdiel tenía ojos en ese preciso momento, fue a Noemí y Alexia, viéndose borrosas al rápidamente tener sus ojos cristalinos por las lágrimas de felicidad que pronto serían derramadas. Su madre y su novia ya estaban frente a él, esta vez no a través de alguna pantalla y él no pudo hacer más que correr hacia ellas y envolverlas en un apretado abrazo. Uno tan fuerte que demostraba su miedo a que sólo fuesen un producto de su imaginación y desaparecerían si sólo dejaba de abrazarlas.

—Las extrañé demasiado…—susurró antes de sollozar. Sus lágrimas deslizándose por sus mejillas como mera acción que tenía su cuerpo de demostrar que no le cabía tanta emoción y felicidad dentro de su alma.—Las amo  las amo, las amo.—repitió una y otra vez, al tiempo que las mujeres que más amaba en la vida se dedicaban a devolverle el abrazo con la misma fuerza.
 
 

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