- Yo que sé, se me ha olvidado, estaba más preocupado con Lacunza, por cierto ¿cómo has conseguido que se tome el caldo?

- ¡Ah! ya sabes...

- Ya, ya, enfermera milagro.

- Y no solo que se lo tome, si no que no vomite, que ya la conoces, empieza a pensar y a pensar y al final...

- Lo recuerdo – rió el médico – los nervios siempre en el estómago. ¡La de veces que salía corriendo justo antes de entrar a un examen!

- Nunca me lo había contado.

El médico se encogió de hombros recordando los años de facultad y los momentos compartidos con la pediatra. Guardó silencio y Alba lo observó detenidamente, parecía más cansado que de costumbre.

- Germán, ¿estás bien?

- Sí, ¿por qué?

- Pareces cansado y... preocupado.

- Bueno... un poco sí que lo estoy.

- Y... ¿se puede saber por qué?

- Me preocupan estos días... ya sabes cómo estamos de personal y... Nat... necesita ayuda y... en fin, no me eches cuentas, que ya nos apañaremos – sonrió haciendo un gesto con la mano de despreocupación.

- Yo esperaba que Nat me hubiese pedido que me quedase con ella, pero ... no lo ha hecho.

- Nat es orgullosa y aunque ha cambiado algo, si se le pincha un poco sale la Nat que yo recuerdo y esa Nat nunca te va a pedir que dejes de cumplir con tu obligación y menos por su culpa.

- Tienes razón. Pero a veces, me parece tan diferente, tan... vulnerable.... Que espero cosas que... - se detuvo mirándolo fijamente, él le sonrió cariñoso, la abrazó y la atrajo hacia él pasándole un brazo por encima y recostándola en su hombro. Alba continuó - a veces me parece una extraña y creo que quizás me equivoco con ella.

- Puede ser, aunque yo creo que no. Yo creo que eres de las pocas personas con las que la he visto ceder sin más – le dijo y la enfermera sonrió satisfecha con aquel comentario – pero también creo que debes tener cuidado...

- ¿Qué quieres decir? – le preguntó separándose de él y encarándolo con interés.

- Nat tiene su vida y... ya sé que la quieres y... que querrías recuperarla, pero... ¿estás segura de que ella también lo quiere?

- No, no lo estoy ¿se puede estar seguro de algo así?

- Imagino que no – suspiró – solo te digo que... os podéis hacer mucho daño de nuevo y... no me gustaría verte sufrir.

- Lo sé, no te preocupes que estaré bien. Ya sé que Nat tiene otra vida. Yo... solo pretendo estar ahí... por si... por si ella ...

- Tampoco me gustaría verla sufrir a ella.

- Lo último que yo deseo es que Nat sufra – le dijo con tanta intensidad que Germán sintió una ternura inmensa por ella - lo único que quiero es verla feliz.

- Y si puede ser contigo mejor ¿no? – bromeó.

- ¡Claro! – sonrió la enfermera

- Pero eso... no depende de ti, al menos, ahora no.

- Ya dependerá – sonrió misteriosa, levantándose y entrando de nuevo en la cabaña.

Germán la siguió, observó cómo se acercaba a la pediatra, le acariciaba la cara y rozaba sus labios. Natalia masculló algo inteligible y siguió durmiendo. Alba se giró hacia él, le dio un beso en la mejilla y salió dándole las buenas noches. El médico se sentó en la hamaca dispuesto a permanecer allí toda la noche. No quería dejar a la pediatra sola, aún debería estar en el hospital y no quería dar lugar a que volviera a darles un susto.

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