Capitulo VIII: El poder de la amistad (II/III)

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El sol brillaba en el cielo esparciendo su calidez, al estar cada vez más al sur el frío empezaba a ser menos intenso. Ulfgeirgs era una ciudad poco extensa en comparación con la capital y las otras dos grandes ciudades de Doromir, Su cercanía con el paso de Geirgs, había hecho de ella una de las más pequeñas del reino, sin embargo, a pesar de eso, estaba bien provista de tiendas y mercaderes.

Cruzamos el empedrado de la calle principal que empezaba a llenarse de personas y carretas y en menos de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, nos encontramos en medio del mercado. Los veörmirs iban a paso lento entre los comerciantes y compradores que se desplazaban a pie o en monturas. A cada lado se exhibían telas, broches, alhajas y otras baratijas, así como frutas, granos y diferentes víveres. Después de tanto tiempo encerrada en una cueva, ver los vibrantes colores de vestidos y telas, balancearse en la suave brisa; sentir deliciosos aromas filtrarse en mi nariz, apeteciéndome probar cada platillo y fruta, hizo que brotara en mí una alegría desenfrenada. Incluso había música. Algunos vendedores de instrumentos musicales los tocaban en su empeño de venderlos.

—Ariana —dije emocionada mientras señalaba una pieza de tela azul que danzaba en el viento—, es seda de araña.

—Ulfred, señorita —me corrigió ella con voz de hombre y yo caí en cuenta de mi error. Afortunadamente, en la algarabía del mercado nadie nos prestaba atención—. Y eso no es seda de araña, es una imitación, bastante burda, debo decir.

Imitación o no, era encantadora. Continuamos avanzando. Soriana y Aren se apearon varias veces para comprar lo que necesitábamos. Siempre que uno bajaba del veörmir, el otro lo acompañaba. Aquello me pareció un poco absurdo, pues me parecían capaces de hacer las compras, cada cual por su cuenta, sin necesidad de estar juntos todo el tiempo.

Pero el que se distrajeran en sus cosas, me permitía a mí embobarme con los vestidos, las joyas y los broches para el cabello sin sentir la mirada recriminadora de Soriana sobre mí. Incluso un chico que atendía un puesto de frutas me regaló varias manzanas. Le habría agradecido de no ser porque Aren lo notó y le dirigió al joven una mirada asesina que lo asustó.

En menos de un cuarto de vela de Ormondú, nuestras alforjas estaban llenas de provisiones. Al final de la calle del mercado, una tienda bastante lujosa exhibía diferentes vestidos y telas en aparadores de fina madera. Mis ojos se desviaron hacia los muñecos de tamaño real que vestían las prendas. Quería ir, pero sabía que Soriana se opondría. Aren, al igual que yo, miraba embelesado los aparadores.

—Vamos, Ulfred —le dijo a Soriana.

Ella lo miró dubitativa.

—Son vestidos de mujer.

«Como si ella no lo fuera.» Pensé rodando los ojos. No siempre llevaría bigote y barba. Aprovechando que Aren quería ir, yo insistí.

—¡Vamos! —exclamé con una sonrisa. Los ojos cristalinos me miraron displicentes. Entonces me valí de la farsa que representábamos y en voz alta ordené—: ¡Soldados, vamos adentro! ¡Deseo ver algunos vestidos!

Soriana me miró incrédula por mi osadía al desobedecerla, luego frunció el ceño, pero no le quedó otra alternativa que cumplir mi orden, pues varios transeúntes comenzaban a fijarse en nosotros.

Entramos a la tienda y la dependienta me abordó para enseñarme varios vestidos. Todos eran hermosos, hechos con tejidos suaves y delicados, algunos de lana gruesa, ideales para los inviernos y otros más ligeros, de verano. Yo me paseaba embelesada entre todos ellos. Había, además, algunos broches para el cabello y peines de delicada plata.

Al pasar de nuevo junto a mis acompañantes, escuché como Aren le mostraba a Soriana un hermoso vestido negro de una seda exquisita, tenía bordados los orillos con hilos de plata.

Augsvert I: El retorno de la hechicera (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora