XIII

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El lugar donde residía Camila era un edificio de unas doce plantas, cerca de uno de los mayores centros comerciales de la ciudad. Saludé al conserje nada más entrar en la luminosa sala de entrada, quien no me quitó la vista de encima los diez segundos que me tomó esperar al ascensor.

Llegué hasta su puerta y tomé una honda inspiración. De alguna forma tenía que calmar los nervios que se habían apoderado de mí. Toqué con los nudillos suavemente y esperé tan sólo unos segundos.

- Hola. –me saludó una complaciente Camila nada más abrir la puerta.

A su saludo añadió un cálido beso en una de mis mejillas al que yo correspondí con demasiada buena gana.

- Hola - murmuré casi sin aliento.

Le alcancé la botella de vino elegantemente empaquetada que yo había comprado de camino a su casa. Ella la aceptó con sonrisa pícara y siguió mirándome con intensidad.

- Estás muy guapa. –me dijo, apreciando con ello mis esfuerzos por mejorar mi aspecto.

- Gracias.

- Supongo que no habrás tenido problemas para encontrar el lugar... –repuso, cerrando la puerta tras de sí y ocupándose de mi chaqueta de cuero, la cual colgó de un perchero.

- No. Aunque no tenía la menor idea de que vivías tan cerca de mí.

- Tan sólo hace dos años que me mudé.

Me adentré en los dominios de Camila con hambre de descubrir por primera vez cómo era el lugar donde ella vivía. Para ser una persona que pasaba tiempo limitado en su casa, aquel apartamento estaba lejos de ser impersonal. Lo primero de lo que te dabas cuenta era de que en realidad era mucho más grande de lo que pudiera parecer. El salón lo había decorado en tono pastel, con macetones de plantas a cada esquina. En el centro, un enorme equipo de televisión y estéreo y en una de las paredes una enorme estantería repleta de libros, discos y adornada con figuritas de todo tipo. Un tresillo de cuero negro completaba el mobiliario de la sala. Otro detalle que no me pasó desapercibido era que no había ni una sola fotografía en todo el lugar. Ni siquiera de ella misma.

- Hace dos años... –murmuré por lo bajo, recordando lo último que me había dicho.

- Exacto. El mismo tiempo que ha pasado desde la muerte de mi padre. - La miré. - Me dejó todo lo que tenía. Supongo que prefirió dejárselo a una hija a la que odiaba pero que llevaba su sangre que a cualquier otra persona. Tardé menos de una semana en venderlo todo. Espero que se esté revolviendo en la tumba... –dijo con inmensa amargura.

Eso explicaba el hecho de que pudiera costearse un apartamento de aquel calibre. Me permití esbozar una sonrisilla casi imperceptible. Camila siempre tuvo claro que las cosas que la vida te regalaba había que aprovecharlas. Ella había tomado el dinero de su padre como una recompensa a todo el sufrimiento que él le había infringido a lo largo de aquellos años.

- Lo único bien que hizo fue morirse, y yo ni siquiera estaba allí para verlo...

- Camila... –la llamé sabiendo hacia dónde habían ido sus pensamientos.

- Lo siento... –suspiró.– ¿Quieres ver el resto de la casa?

- Por supuesto.

Camila me enseñó el resto del apartamento con orgullo. Su habitación fue, de todo, lo que más me llamó la atención. Estaba impregnada de su inconfundible olor y nada más entrar, sentí deseos de no volver a salir jamás.

- Lauren... ¿estás bien? –me preguntó, notando mi repentina y breve indisposición.

- Sí.

Mi bella Camila; camren.Where stories live. Discover now