V

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El pánico se apoderó de mí cuando sentí que mi cuerpo se hundía y de que no era capaz de hacer que respondiera. Mi cerebro no registraba ninguna demanda de que mis brazos o mis piernas lucharan por salir a la superficie. Todo en lo que era capaz de pensar era en que tenía miedo.

Justo entonces alguien tiró de mí e hizo lo que yo era incapaz de hacer. Cuando sentí que el aire me daba en la cara, abrí la boca para respirar. Camila me apartó el pelo de la cara y yo pude verla entonces. Sus preciosos ojos empañados en preocupación, aunque casi podía asegurar que me estaba sonriendo.

– ¡Lauren! –gritó mi padre al borde de un ataque cardíaco.– ¿Estás bien?

Yo por entonces aún permanecía en estado de shock por lo que era incapaz de pronunciar una palabra. Camila me tenía asida por la cintura y nadó conmigo hasta el borde de la barca. Entre los dos se las arreglaron para meterme dentro.

– Lauren... Lauren... –llamaba mi padre desesperado.

– Estoy bien... –me obligué a decir para tranquilizarlo un poco.

– Será mejor que la llevemos al hospital... –dijo mi progenitor en cuanto Camila se subió a la barca.

– Papá... –llamé, empezando a registrar de nuevo la realidad haciéndome consciente de que estaba a salvo.– Tenemos que llevar al sirulo a la báscula... Por favor...

Vi que mi padre se sentaba frotándose la frente nervioso.

– Volvamos... –sugirió Camila con tono suave.

Mi padre asintió y tomó los remos para conducirnos de nuevo a la orilla. Camila se sentó a mi lado y me pasó un brazo por la cintura, acercándome aún más a ella. Me sentí completamente a salvo.

Cuando llegamos a la pesa que nos correspondía por zona obtuvimos dos clases de miradas. Por una parte, asombro al ver la pieza que trasportábamos en el plástico mi padre y yo, y luego las miradas de guasa y alguna que otra risilla mal disimulada al vernos a Camila y a mí caladas hasta los huesos y chorreando agua hasta por las orejas.

La aguja marcó un peso total de treinta y ocho kilos, lo que nos hacía ganadores si nadie lograba coger alguna pieza mayor en el tiempo que quedaba hasta que finalizara la veda. El juez nos felicitó por tan descomunal captura.

Fue entonces cuando no pude controlarme a mí misma y comencé a reírme a mandíbula batiente, hasta el punto que incluso se me salieron las lágrimas, mientras todos me miraban como si estuviese loca.

Me fundí en un fuerte abrazo con mi progenitor. Era imposible que yo sintiera más orgullo hacia él. Luego le tocó el turno a Camila, que me esperaba expectante mientras me acercaba a ella lentamente para regalarle la misma muestra de cariño que a mi padre. Ella me aceptó con ganas e intensificó el abrazo. Un abrazo que para mí significaba tanto como la vida misma.

Al final de la jornada, nos hicieron entrega de la copa y los tres posamos sonrientes y orgullosos para el periódico local con nuestra presa y el recién estrenado trofeo.

El resto de la familia, que por entonces ya habían comparecido nos felicitaron casi incrédulos de que hubiéramos logrado nuestro loco objetivo. Menos feliz se mostró mi madre cuando llegó al lugar y nos vio de aquella guisa. Casi se desmaya cuando mi padre le contó lo sucedido, aunque algo maquillado, eso sí.

Pero después de lo que habíamos logrado, ni siquiera los reproches de mi madre lograron empañar aquello.

Yo me sentía inmensamente feliz y no sabía muy bien por qué.

Me limité a disfrutar de aquella sensación.
En la casa no se habló de otra cosa durante el resto del día que no fuera nuestro día de pesca. Mi padre parecía realmente encantado de relatar la historia minuciosamente, casi como si la estuviera viviendo nuevamente. Por supuesto, hizo hincapié en sus buenas dotes de pescador, aunque no olvidó alabar también las artes de sus dos asistentes.

Mi bella Camila; camren.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant