XI

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Cuando llegué a mi apartamento ya eran casi las seis de la tarde. Durante nuestro viaje de regreso habíamos intercambiado pocas palabras. Dejamos que la estación de radio hiciese el trabajo de aliviar la tensión. Acerqué a Camila al lugar donde había aparcado su coche y antes de bajarse me miró muy seria. "Esta vez no pienso huir a ningún sitio", me había dicho antes de apearse, sin ni siquiera esperar mi respuesta. En todo el camino hasta mi casa me fui preguntado qué era exactamente lo que ella me había querido decir con aquellas palabras.

Me di una ducha rápida y me acomodé en mi pijama. Tenía toda la intención de llamar para pedir una pizza cuando mi estómago despertó pidiendo asistencia, pero recordé que mi maldito teléfono seguía roto. Me prometí que al día siguiente tendría a un técnico arreglando el desastre que yo había creado.

Fui hacia la cocina y engullí varias piezas de fruta y otros tantos yogures. Una vez saciado mi apetito me dirigí al salón y me eché sobre mi sofá, encendiendo la tele desde el mando a distancia. El timbre de la puerta rompió mi paz.

Me levanté mirando la hora preguntándome quién demonios venía de visita a las ocho de la noche. Abrí la puerta para dejar paso a mi hermana Allyson, a la que yo había identificado previamente gracias a la mirilla.

– Hola, Ally. –dije algo sorprendida.

– ¿Puedo pasar? –me preguntó muy seria.

– Claro .

Me aparté y ella entró en el apartamento, depositando el bolso y su abrigo sobre el respaldo del sofá. La vi dar una vuelta sobre sí misma, seguramente pensando por dónde comenzar la conversación.

– Lauren, no puedes seguir así. –soltó con voz dura.

– ¿Seguir cómo? –contesté, cerrando la puerta y acercándome a ella.

– Escondiéndote de tu familia. Ni siquiera contestas al maldito teléfono.

Que ella hubiera añadido la palabra "maldito" me dio cierta idea del humor del que disfrutaba.

– Mi teléfono no funciona.

La vi girarse, buscando el aparato para verificar mi excusa. También descubrió el cable roto que descansaba sobre el suelo y me miró rabiosa.

– Puedo ver por qué...

– Ally..., creo que sé lo que pretendes decirme y sé además que tienes toda la razón. No es nuevo para mí el que intentéis encauzar mi extraño comportamiento.

– ¿Qué pasa con mamá, con nosotros que nos preocupamos de ti?

– Mírame, ¿crees que soy motivo de preocupación? –exclamé abriendo los brazos para más énfasis.

– ¿Estás de broma? Estamos tan preocupados que pensamos que en cualquier momento nos llamarán para darnos la noticia de que te has suicidado.

– ¡Por el amor de Dios! –exclamé incrédula.– Estoy segura de que ha sido mamá quien os ha contagiado esa estúpida idea.

Mi hermana no dijo nada en los breves instantes en los que se dedicó a mirarme. En su expresión pude ver entendimiento y dolor compartido a partes iguales. Se mordió el labio y yo supe que estaba a punto de proponerme algo.

– Ven a casa unos días. Estoy segura de que a Cristina le encantará compartir su habitación contigo. Ya sabes que te adora.

– No. –negué en rotundo.

– Lauren, por favor. Te necesito.

La miré. ¿Me necesitaba para qué? ¿Para sentirse segura? El que mi familia pensara que yo estaba al borde del suicidio colmó mi poca paciencia. Ellos nunca, nunca entenderían nada de mí. ¿Qué podía hacer yo contra eso?

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora