XIV

1.8K 178 35
                                    

La lluvia pegaba con fuerza en el cristal de las ventanas. A mi pésimo estado de ánimo se había unido las inclemencias del tiempo. La noche me había abrazado sin darme cuenta habiendo pasado todo aquel día sumida en mis pensamientos sobre Camila. Mi mente se empeñaba en recrear una y otra vez mi error, me atormentaba con la necesidad de arreglar lo que mi irreprimible deseo había implantado.

Sentada en el sofá intentaba dejar de pensar en lo que había ocurrido el día anterior. Pero no lograba sacarme a Camila de la cabeza. Me reí dolorosamente. Eso era algo que no había logrado en años, no sé porqué estúpida razón pensé que sería capaz de hacerlo en esos momentos.

Tenía que decírselo, por una vez en mi vida sentí que tendría la valentía suficiente como para hacerlo. Si lo dejaba pasar estaría perdida para siempre. Lo sabía. De alguna forma ella me ayudaría a superarla, me ayudaría a dejarla ir, quizás incluso a sacarla de donde tan pertinazmente se me había metido.

¿Qué le diría?: "Camila, eres mi vida entera". Me daba la sensación de que esa frase, además de cursi, era fútil. No soportaría que se riera de mí, a pesar de que dudaba mucho de que fuera capaz de hacer tal cosa.
Ella me había demostrado que realmente sentía aprecio por mí. Pero no amor. No amor. Eso era tan fácil decirlo, pero tan difícil de creer. ¿Cuánto tiempo seguiría fantaseando con el hecho de que Camila algún día se daría cuenta de que me amaba tanto como yo a ella? Creía seriamente que me llevaría ese deseo a la tumba. Era estúpido pensar en eso. Una locura. Ella había tenido demasiado tiempo para descubrir que me amaba como yo para intentar olvidarla. Supuse que las dos habíamos fallado.

Me levanté del sofá, estaba cansada de estar sentada. Di unos cuantos pasos en círculo, buscando la calma que sabía de antemano que no lograría. Su nombre se repetía en mi interior como un constante martilleo, haciéndome desear poder arrancarme los sesos.

¿Por qué?

Ésa fue la pregunta y mi respuesta.

En un arrebato repentino, salí por la puerta de mi casa. Ni siquiera esperé al ascensor. Corrí escaleras abajo como si mi alma estuviera poseída y no fuera mía nunca más. Llegué hasta la calle. Fue entonces cuando me di cuenta de que había salido sin ningún tipo de abrigo, y que me calaría nada más dar dos pasos. No me importó en absoluto.

Sabía que no podía perder tiempo sacando mi coche del garaje, por lo que me decidí por un taxi. Me acerqué hasta el extremo de la acera para intentar parar uno. Había poca gente en la calle, nadie se atrevía a salir con una tormenta así. Los pocos que se cruzaron en mi camino se alejaron lo que pudieron de mí, confundiéndome seguramente con una loca.

Quizás había perdido el juicio después de todo.
Por alguna intervención divina, un coche público se acercó y atendió mi urgente llamada. Me subí al asiento de atrás, totalmente empapada y le di las instrucciones al taxista como si la vida se me fuera en ello. Noté que, mientras ponía el taxi en marcha, me miraba con curiosidad por el retrovisor.

– ¿Puede ir un poco más rápido? –le pregunté cuando me di cuenta de que su atención estaba más dirigida a mí que a la carretera.

– Eso no será posible. –me contestó serio.– Está lloviendo demasiado y la carretera está mojada. Es muy peligroso conducir a mucha velocidad en estas condiciones.

No dije nada más, me arremoliné detrás y esperé. Tras unos quince minutos, el taxi se paró del todo. Me acerqué al conductor para preguntarle.

- ¿Qué pasa?

- Caravana. –me señaló con el dedo.– ¿Ve aquellas luces?

Me fijé en lo que me dijo acercándome cuanto pude hacia delante y pude observar las intermitencias propias de una ambulancia.

Mi bella Camila; camren.Where stories live. Discover now