IX

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El despertador sonó demasiado temprano para mi gusto. Lo apagué a tientas consiguiendo casi tirarlo al suelo. Me levanté a regañadientes y lo primero que hice fue ducharme. Luego me vestí simplemente con un traje de sastre de color gris oscuro y dejé que mi pelo se secara con el aire.

No me maquillé, ni siquiera intenté camuflar las profundas ojeras.

Tardé en llegar al sitio indicado menos de media hora. Aparqué el coche sobre una acera, puesto que no encontré a esa hora de la mañana un espacio libre. Me daba igual que se lo llevara la grúa.

El edificio donde se ubicaba el despacho del notario era enorme, tenía catorce plantas y estaba pintado en su fachada de color gris y un verde que lo bordeaba. Entré en la recepción, con mis zapatos chirriando molestamente en el suelo recién encerado. Me dirigí al ascensor y pulsé el botón que indicaba la séptima planta.
La puerta del despacho del notario estaba abierta, y antes de alcanzarla, pude oír distintas voces. Aparecí en el quicio y todo el mundo se volvió para verme.

– Lauren. –me llamó mi madre.

Me arrepentí, al ver su expresión, de no haberme maquillado.

Oteé la salita de espera, allí estaban todos mis hermanos, sus respectivas parejas y mi madre. Todos los que supuestamente nombraba mi padre en su testamento.

– Hola, mamá.

Me acerqué hasta ellos y nos saludamos todos correctamente, aunque se podía decir que el ambiente era tenso. Quizás fuera mi presencia aquí y no en el funeral. Respiré hondo, maldiciéndome por haberme metido en tan molesta situación. Si tan sólo pudieran darme un respiro, dejar de pensar en mí tan erróneamente.

Ally se acercó a mí.

– Tienes un aspecto horrible. –me dijo a media sonrisa.

– Lo sé.

– Nos has tenido a todos muy preocupados.

– Eso también lo sé.

– Somos tu familia, ¿por qué no nos pides ayuda? –me dijo con desconsuelo.

– Porque no la necesito. –ladré en voz baja.

– Eso, Lauren, eso es lo que nunca he entendido de ti.

La miré. En realidad los miré a todos, uno por uno. Quería saber si era un pensamiento común, si era cierto que seguía siendo un completo misterio para ellos. No tuve duda alguna de que así era, pero también pensé que no había hecho nada por evitar que así fuera. Siempre me dije que tal vez ellos no lograran nunca entenderme y en estos momentos me daba cuenta de que es que nunca lo intenté. La muerte de mi padre había servido para distanciarnos aún más. El vínculo que nos mantenía unidos se había ido para siempre.

Miré a mi madre. Sentí lástima por ella. Se había quedado aún más sola que yo. En ese momento apareció el albacea, para amablemente hacernos pasar. Ally me dio un suave toque en mi hombro derecho y fue a reunirse con su marido. Yo seguía clavada en el sitio, mirando a mi madre. Ella se acercó a mí y yo le tomé de la mano.

– No puedo hacerlo. –le dije.

– Lo sé.

– Perdóname. –le pedí con expresión de angustia.

– No hay nada que perdonar. Lo creas o no yo puedo ver lo que hay en tu corazón. Soy tu madre, yo te parí. –me sonrió con tristeza.– Vete a casa, Lauren. Espero verte pronto.

Con eso, se alejó de mí para unirse a los demás que ya habían pasado al interior del despacho. Me di la vuelta y salí por donde había venido.

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora