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Minerva se paseaba de una punta de la habitación a la otra, mordiendo sus uñas con fuerza. James Potter estaba sentado en una de las sillas de madera en estado de shock.
Faltaban quince minutos para la una de la madrugada y ninguno de ellos tenía sueño, esperaban con ansia a que el director hiciera presencia.

Dumbledore llegó diez minutos antes de la una, con un pijama cómico, como de película.
Se colocó los anteojos y suspiró al sentarse en su habitual silla. Observó a ambos, estudiante y profesora, que irradiaban preocupación y rabia por los iris de sus ojos.

—¿Puedo preguntar, qué pasó?—Carraspeó el anciano.

—¡Rosie fue atacada, profesor! ¡Por unos desgraciados Slytherin! ¡Siete contra una! ¡Que cobarde de su parte!

Minerva Mcgonagall ni siquiera se gastó en reclamarle su lenguaje, estaba lo suficientemente enojada como para fijarse en esos detalles. La adulta negó indignada.

—Ah, la señorita Evans. ¿No es cierto?—Preguntó con calma.

James juró que sus ojos sobresalían de su cara.—¡Si, profesor! ¡Rosalind Evans!

—Bien, joven Potter. Tiene que calmarse.

—¡No me calmaré hasta que expulse a quienes fueron! ¡Han atacado a una alumna, profesor! ¿Como es que está tan tranquilo sentado?

—¡James!—Reprendió Minerva.—No te dirijas al profesor Dumbledore así.

El viejo negó restándole importancia y de sus labios surgió una pequeña sonrisa.—Déjalo, Minerva.

Dumbledore comenzó a caminar por su oficina, rodeando a James y a la profesora Mcgonagall de vez en cuando. El chico de cabello revoltoso lo seguía con la mirada furiosa, tragándose los insultos que luchaban por brotar por sus labios.

El anciano sonrió leyendo sus claros y puros pensamientos.

—Verás, James, se que mis alumnos están siendo cediendo ante las fuerzas malignas.

—¿Y si sabe porqué no...?

—Nada puedo hacer, joven Potter. Podría prohibírselos aquí, pero en cuanto pisen los suelos de sus hogares sus familias los amedrentarán por no seguir el camino del señor oscuro.—Dumbledore posó su arrugada mano sobre el hombro del chico, que enseguida enderezó su espalda.—Haré lo que sea necesario para proteger a mis alumnos, James. Tenlo por seguro.





















Le tomó medio día a Rosalind despertar, aún adolorida y apenas pudiendo mover los brazos con facilidad. Abrió los ojos con pesadez, aún sin acostumbrarse a las blancas paredes de la enfermería y la luz que entraba de la gran ventana en el techo. A su lado, en una silla que parecía de lo más incómoda, Lily descansaba los ojos.

𝐋 𝐎 𝐕 𝐄 𝐑  « Remus Lupin »Where stories live. Discover now