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«La bahía de Fundy»

24 𝖉𝖊 𝖆𝖌𝖔𝖘𝖙𝖔 𝖉𝖊 2020



Charlie, aquel ojiverde amante de la pintura, se escabulló de casa. Ya se había vuelto una costumbre escaparse a mitad de la noche, así lloviera y relampagueara, jamás se perdía una cita nocturna con Martha Taffinder, aquella chica de ascendencia alemana que le robaba el aliento desde que la conoció 


—Pensé que no ibas a aparecer —se burló la chica, sentada en el filo de su tejado sobre una mantita caliente y dos tazas de chocolate humeante. El ojiverde se inclinó a besarla bajo las estrellas, con la luna iluminando los brillantes rostros de ambos, cegándolos por completo el uno del otro. Y es que la noche era su mejor amiga, aquella que guardaba los secretos en los que cotilleaba cuando nadie más veía 

—¿Alguna vez he roto una sorpresa? —sonrió con suficiencia, tomando asiento a su lado y quedando frente al otro, con las piernas entrelazadas y las rodillas arriba. Brindaron con sus respectivas bebidas, y dieron un largo trago a estas, disfrutando del silencio que solo las estrellas podían brillar al titilar, y el viento fresco de la madrugada empalmando sus rostros

Martha le devolvió la sonrisa, disfrutando de la vista que tenía: dos preciosos luceros verdes que irradiaban luz cuando la miraba, como si fuera una obra de arte. Y aunque sabía que él podía pintar una mucho mejor que ella, se sentía feliz de saber que escogió pincelarla a ella, moldearla con suaves trazos hasta reconstruirla con su interior pintado de colores. Simplemente amaba saber que había encontrado a alguien que le hiciera ver todos los tonos en el cielo, un cielo que es para todos, porque el sol no se esconde de nadie —Jamás. —concordó la ojiazul sin poder dejar de sonreír —Pero me has roto de otras maneras.

—Y antes decías que yo era el pervertido —se burló él entendiendo la referencia, provocando la risa de ambos. Entonces, una alarma sonó y Charlie extrajo su móvil. El fondo de pantalla, que decoraba una fotografía de ambos jóvenes, marcaba la medianoche del 24 de agosto de 2020 —Ven acá —la acercó a él, envolviéndola entre sus brazos. Justo donde pertenecía. Martha aspiró el dulce aroma a jabón de ropa mezclado con pinos del bosque y madera —Joder, me estoy volviendo viejo, dentro de poco me comenzarán a salir canas. Hace exactamente un año que te conocí. Que me encontraste.

Pero Martha negó —Tú me encontraste a mí. No sé qué viste en mí, pero lo hiciste —le afirmó sintiéndose nostálgica. No quería irse jamás de ahí. Deseaba que el tiempo se congelara para ambos y les diera un poco más antes de que esos instantes se acabaran —¿Charlie?

—¿Sí, Martha? —habló él con su boca pegada al cabello de ella, dejando cortos besos sobre su cabeza

—Gracias por quitarme la venda, y hacerme ver todos los colores de los que me estaba perdiendo —agradeció con sinceridad, apretando el agarre. Charlie quitó las manos de la cintura de ella, y la tomó de las mejillas, obligándola a verlo

—Gracias a ti por hacerme descubrir mi color favorito —le sonrió con ternura. Para él, las estrellas no eran nada comparadas con ella. Pero para ella, el día no se podía comparar con las noches que podía pasar a su lado —El azul.



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𝑷𝒐𝒓 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒏𝒐𝒄𝒉𝒆 | charlie gillespieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora