Estaban en su último día de viaje según le habían asegurado los soldados que lo escoltaban. Elliot no veía el momento de llegar a la mansión que poseían los duques en Saphirla. Después de cruzarse medio reino, ansiaba estirar las piernas por sus jardines y perderse entre los estantes de la gran biblioteca.

Cuando al fin llegaron a Saphirla, suspiró aliviado.

Los duques habían avisado con antelación de su llegada para que los sirvientes tuvieran lista la vivienda, hecho que explicaba también la gran comitiva que lo aguardaba.

En cuanto bajó del carruaje, los criados se inclinaron y una señora alta y extremadamente delgada se aproximó a ellos.

—Bienvenido, milord —dijo la mujer al tiempo que realizaba una reverencia.

Era el ama de llaves y se encargó de guiarlos al interior mientras los sirvientes se ocupaban de todo.

Caminaba a un paso rápido que a Elliot le costaba seguir estando tan cansado. Subieron una escalinata de mármol negro con vetas doradas, y caminaron por amplios pasillos de altas paredes blancas adornadas con arabescos. El suelo estaba cubierto por alfombras azules con dibujos bordados con hilo dorado. Cada esquina y recoveco de la mansión era una oda al lujo y al exceso, muy acorde con Saphirla y muy diferente a la majestuosidad austera de su palacio en el Ducado de Wiktoria.

La iluminación provenía de lámparas de araña, hechas del más puro cristal dragosiano que, a pesar de los siglos transcurridos, permanecía impoluto. Era imposible conseguirlo hoy en día, al menos para los humanos, ya que solo lo fabricaban en Vasilia, la nación vampírica. Era un lugar regido por la sangre donde los humanos eran esclavos.

—Recordad despertar temprano, milord —decía Leopold—. Mañana es un gran día y tenéis una agenda apretada.

Elliot resopló, pero no dijo nada. Si protestar hubiera servido de algo, no estaría en Saphirla.

—Primero visitaréis los Jardines del León. Están en flor y muchas damas los recorren durante el día.

Elliot continuó ignorándolo.

—Después...

Pero el joven no le permitió continuar. Habían llegado a sus aposentos y se metió de inmediato cerrando la puerta en las narices de Leopold.

«¡No olvidéis la fiesta de lady Dhalia!», lo oyó decir cuando abrió de nuevo para despachar a los sirvientes que lo esperaban dentro para asistirlo antes de dormir.

Al fin solo, se lanzó sobre la enorme cama con dosel sin desvestirse. A duras penas atinó a quitarse los zapatos antes de caer dormido.

Las gruesas hojas apergaminadas eran como terciopelo entre sus dedos

ओह! यह छवि हमारे सामग्री दिशानिर्देशों का पालन नहीं करती है। प्रकाशन जारी रखने के लिए, कृपया इसे हटा दें या कोई भिन्न छवि अपलोड करें।

Las gruesas hojas apergaminadas eran como terciopelo entre sus dedos. Las palabras lograban transportarlo lejos, a tierras donde siempre brillaba el sol y no hacía frío. No existía tal lugar en Skhädell, aunque, de vez en cuando, algunos pálidos rayos del astro rey lograban atravesar las nubes grises que cubrían el continente de la calavera. Pero tamaña hazaña solo llegaba a alumbrar la mitad sur, el resto permanecía en penumbra.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें