Capítulo 10- Caliente

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Desconocido

Cuando empiezo a pensar en un plan, en todo lo que conlleva, en quiénes voy a conservar, quienes no... Definitivamente no puedo parar. Es increíble como me siento tan bien ideando hasta las frases que diré cuando por fin tenga lo que quiera, lo que más desee en el mundo.

A ellas. Deseo a esas chicas. No existe una noche en la que no pueda dejar de pensar en mi Diosa, y en aquella que me ha robado la mirada desde aquella vez que la ví. El rojo se le veía tan bien. Combinaba con su pequeña cintura, su piel pálida, sus ojos castaños y brillantes, su cabello desaliñado, esa mirada tan perdida que me encanta. No me detendré hasta tenerte.

Una de esas chicas ya es mía, solo necesito que quiera lo mismo que yo. No tardará mucho en aceptar su verdadera realidad. Aunque, a decir verdad ya ha pasado muchísimo tiempo. Mi autocontrol tiene un límite, y estoy plenamente seguro que se está agotando.

He pasado muchos días pensando en aquella chica que tanto quise encontrar de nuevo y que por fin, después de tiempo lo hice. La otra vez, no salió como lo planee y nunca supo de mi existencia, quise tenerla para mí y que me añore como yo siempre lo he hecho con ella. Es una lastima que siempre arruinen mis momentos... bueno hablar en general es mucho problema a decir verdad. Una persona. Arruina. Mis. Momentos. Y estoy hasta la cabeza de todo esto.

Quiero trabajar solo, tenerlas para mí, y no hacer ni decirles cosas que no tengan que ver con "lo que es correcto por ahora". Simplemente pienso en ellas y la vida caótica que tengo, se alivia un poco. Es una pequeña pena que el caos siempre lo causan ellas, con simple existir.

Recuerdo al cuerpo que tengo en aquella cabaña donde a menudo voy a darle un pequeño saludo a mi Diosa. Sólo espero que no vaya a creer que no hablo con ella por amor. Sus cabellos castaños y dorados, con esos ojos ámbar que tanto me encanta ver, y su pequeño traje suelto de encaje blanco que le queda tan perfecto, y su mirada... Igual de desastrosa, ocurrente y patética como la de Sarah... Son tal para cuál. Y deben ser mías.

Espero que pronto puedas saber de mí, Sarah, no es una posibilidad, tú sabrás de mí, eso quedará más que obvio, y conocerás todo lo que podré hacer contigo y con mi Diosa, y no me van a poder detener.

Eso lo puedo asegurar.

Por ahora, necesito salir de éstas cuatro paredes de mi apartamento, me siento apartado de todo, y de todos. Cosa que no me molesta, claro. Solo que, a veces me gustaría tener a alguien conmigo, dónde todo sea mutuo y nunca más tenga que rogar por algo que no me quieran dar.

Estoy recostado en el gran sillón de la pequeña sala que adorna éste lugar, puedo ver mis zapatos levantados en la parte alta del mueble. Siento que debería salir a algún lado, pero no sé me ocurre nada.

Sólo tengo que ir a ver a mi Diosa cuando sea necesario. Cosa que detesto porque la deseo tanto que no quiero despegarme de ella. Mi empatía está al borde de su colapso, porque a partir de ahora no creo que me interese en lo más mínimo que opinión pueda tener ella de mis sentimientos.

Mientras pienso en todas las cosas que tendrían que ver con el plan que llevo en mi mente, me levanto poco a poco del sillón y me siento en la misma. Creo que será mejor salir de aquí, iré a las calles a ver qué puedo encontrar, tal vez tenga un día de suerte.

Peino un poco las hebras de mi cabello desordenado y oscuro con mis dedos, lo revuelvo más de lo que ya está, creo que es un movimiento ansioso. Ya me acostumbré a mover mi cabello siempre. Llevo puesto un pantalón color negro y una camisa del mismo color, me gustan los colores opacos, no puedes distinguir a las personas en la oscuridad. Eso me atrae.

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