- Gracias, Mónica – le devolvió la sonrisa – mándame a Fernando, por favor, y si ves a Cruz dile que la estoy esperando.

Mónica salió del despacho y Natalia cogió el teléfono, Adela había quedado en pasarse a las diez y eran las once y aún no había aparecido. Adela había sido su mejor amiga en la Facultad, su compañera inseparable en aquellas largas tardes de estudio. Incluso hicieron la residencia juntas en Sevilla. Había sido Fernando el que propuso su nombre para ocupar la plaza de Natalia en pediatría; al principio Natalia no se mostró muy convencida, no tenía ganas de remover viejas historias, pero lo cierto es que Adela tenía un currículum intachable y que se había hecho un nombre entre los pediatras más afamados de España gracias a sus estudios sobre la epilepsia infantil. Trabajaba en la Clínica Universitaria de Navarra y colaboraba con la Facultad de Medicina. Cuando Natalia la llamó para que se sumase a su proyecto, se alegró de saber de ella, pero declinó la oferta con cortesía. Sin embargo, días después Natalia recibía la llamada de Adela en la que le pedía que le mandase todos los detalles del proyecto, y si le convencía, quizás se lo pensase. Había quedado en ir a Madrid en esa misma mañana y darle una respuesta definitiva, además, decidiese lo que decidiese Natalia la había invitado a la inauguración. Su retraso empezaba a preocupar a Natalia, que volvió a marcar el número de su móvil, daba señal, pero al otro lado nadie respondía.

La puerta volvió a abrirse, apareció Cruz y, al verla al teléfono, hizo una seña de volver luego, pero Natalia negó con la cabeza y le dijo que entrase. Cruz se sentó frente a la pediatra con una sonrisa en los labios. Natalia colgó preocupada.

- Adela, - explicó- que no responde y hace una hora que debería haber llegado.

- No te preocupes mujer, estará en un atasco. ¡Ya sabes cómo está el tráfico! – dijo quitándole importancia – bueno, querías verme ¿no?

- Si – le devolvió la sonrisa – ha llegado esto – dijo tendiéndole un fax.

- ¿Nos lo conceden? – preguntó incrédula, ante la sonrisa y movimiento afirmativo de Natalia – pero... ¿se puede saber qué has hecho para lograrlo?

- Desplegar mis encantos – bromeó.

- ¿Sabes? Todo esto – dijo haciendo un ademán que abarcaba mucho más que el despacho en el que se encontraban – me parece increíble, Nat. Hace muchísimo tiempo que no veía a tanta gente ilusionada por algo. Yo misma en Londres, estaba bien, pero ... me faltaba algo.

- Ya... te entiendo perfectamente- dijo con cierta melancolía y tristeza en los ojos. Cruz notó la sombra que había pasado por ellos y se apresuró a cambiar de tema.

- Pues si señora, no puedo creer que hayas conseguido esto – señaló de nuevo el fax - ¡vamos a tener el mejor equipo de cardiología de todo el país!

- Y a la mejor directora de departamento – puntualizó sonriendo de nuevo.

- Muchas gracias, doctora – dijo levantándose – voy a cambiar un poco mi discurso de esta tarde – añadió con un guiño señalando al fax.


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En el aeropuerto el avión procedente de Nairobi tomaba tierra sin problemas. Una Laura nerviosa se disponía a bajar cuando se sorprendió ver a su lado un rostro conocido.

- ¿Alba? ¿eres tú? – dijo con sorpresa – ¡Dios mío que alegría!

- ¡Laura! – exclamó – ¡cuánto tiempo!

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