Gotas de lluvia

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Las velas del castillo habían sido apagadas, dejando en completa oscuridad el pasillo y cuartos. Ahí fue cuando Jeno aprovechó para tomar aquella bolsa que estaba llena de ropa y algunos alimentos, estaba asegurándose de que nada pudiera escaparse en caso de que tuviera que correr. Echó un suspiro para después asomarse por detrás de la ventana buscando con la mirada a su amado quién se supone debería estar esperándolo pero, no vio nada, probablemente era la oscuridad quien no le permitía ver con claridad, o seguramente no había llegado aún.

Bajó por los escalones sosteniendo con una mano aquella vieja vela y con la otra su pequeña bolsa. Todo parecía estar bien, o al menos eso pensaba. Trataba de ser cauteloso para no despertar a nadie pero podían escucharse con un eco los pasos que hacía al bajar los escalones.

Abrió aquella gran y pesada puerta que pareció rechinar por unos instantes que se sintieron eternos, sin embargo logró abrirla lo suficiente como para poder salir del lugar.
Buscó por todo el jardín pero no lo veía por ninguna parte.
Estaba apunto de volver a entrar cuando decidió asomarse detrás del muro entonces ahí fue cuando sintió su mundo derrumbarse.
Sobre el suelo yacía el cuerpo de Jaemin estaba cubierto de sangre, lodo y tierra, pero lo que más le preocupó fue que el menor no reaccionaba. Puso la mano sobre su pecho y parecía no latir.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y desesperación mientras gritaba llamando a su nombre esperando que de alguna forma este se despertara.

—¡JAEMIN!

Pero no lo hizo.

—¿Dime quién te hizo esto? ¡Dime!

—Entonces, ¿realmente era tu noviecito?—Preguntó una voz burlona detrás de su espalda.

—¿De qué mierda estas hablando?—Sentía como su corazón iba a estallar preguntándose a si mismo como habían sido descubiertos, entonces aquella sombra en la oscuridad comenzó a tener sentido. Jieun.

—Jeno, debiste saber que si jugabas con fuego tarde o temprano ibas a quemarte.

—Esto... fue un malentendido.—Sus manos estaban llenas de sangre.—Matarme a mí no lo mates a él.

—No puedo matar a mi propio hijo, no soy un monstruo o algo así, no digas tonterías. 

—No, yo no soy tu hijo. Seré hijo de satanás pero tuyo nunca.—sus manos llenas de sangre no paraban de temblar, seguramente era una terrible pesadilla.

—Eres un malagradecido, después de todo lo que he hecho por ti. Sabía que tenías una aventura con él, pero sabes que tienes una esposa que ni siquiera puedes cumplir con tu deber de tener hijos.—El hombre se colocó de cuclillas y susurró a su oído—Porque eres marica.

—Lo hice, yo lo hice por ti—con todas sus fuerzas empujó a su padre mientras repetía un par de veces— ¡Maldito asesino! lo mataste.. tú lo mataste..

—¿Yo? Pero si yo no lo maté, fuiste tú quién escavó su propia tumba desde el comienzo, tú decidiste ir en contra de dios.—Su padre se levantó del suelo sacudiéndose la tierra.—Si no moría ahora, iba a ser mucho peor, ¿Recuerdas cómo mueren los sodomitas? me aseguré de que no sufriera. Si no moría él ibas a morir tú y yo no iba a permitir eso. Yo no quería que toda la sociedad se enterará que moriste por sodomita. 

Hubo un silencio total.

—Vamos hijo vuelve adentro. Es sólo un campesino, ellos mueren todo el tiempo por hambre, a nadie le importa. Luego me desharé del cuerpo.

—Yo me desharé de él, no quiero que te metas en problemas.—respondió Jeno con una pequeña sonrisa nerviosa.

—¿Seguro?—Preguntó su padre—¿Ves? ya nos estamos entendiendo, la familia es más importante.

—Lo arrojaré al mar, nadie se dará cuenta, mucho menos de noche.— soltó un suspiro y lo volteó a mirar totalmente convencido—La familia es más importante.

—Bien, hazlo rápido antes de que amanezca.

Se agachó por el cuerpo de su amado que lucía haberse caído en coma, y sin que su padre se diera cuenta tomó aquella bolsa que anteriormente llevaba consigo para así emprender un viaje que no duraría demasiado.
Sus expresiones lucían vacías, como si alguien le hubiera arrebatado el poder volver a siquiera llorar, sufrir, reír o lo que sea que debiese sentir en ese momento. El único sentimiento que podía sentir era culpa. Su padre tenía razón, había asesinado al hombre que más amaba por el simple capricho de tenerlo a su lado.

Llegó hacía la casa de Jaemin, de alguna forma podía recordar el camino lo cual le trajo nuevamente un agrió recuerdo. Todos esos momentos pasaron por su mente, su primer beso, el anillo que le obsequió y la linda comida que había tenido con sus padres, todo se sintió tan lejano, todo se sintió tan azul.
Para su suerte la puerta se encontraba abierta ya que la seguridad estaba demasiado vieja. Entró al hogar pero antes dejó a Jaemin en el piso del patio asegurándose de que este estuviera cómodo.
Tomó de su bolso aquel recuadro que por suerte había llevado con él. Lo dejó sobre la mesa y justo a lado de el colocó el anillo de matrimonio que tenía con Jaemin, ese que nunca se quitaba y lo cuidaba como su misma vida. Ahora ya no le pertenecía más.
Salió cuidadosamente no sin antes dejar un pequeño beso sobre el recuadro de Jaemin, él que nuevamente le trajo amargos recuerdos.

Tomó al chico sobre sus brazos y continuó caminando dirigiéndose ahora por fin al las olas del mar para ahí darle su último adiós.
Caminó y caminó probablemente por una o dos horas, sus pies no se habían cansado y Jaemin no era tan pesado sobre todo porque casi no podía comer y era tan delgado que sentía estar cargando a un bebé.

Cuando por fin llegó se acostó sobre la arena sin soltar de sus brazos al joven chico.
Entonces fue ahí cuando sus sentimientos humanos por fin regresaron.

—No te preocupes Jaemin, ya nadie más puede lastimarte. Yo estoy contigo.

Un par de lágrimas brotaron de sus ojos descontroladamente mojando así el rostro de lo que fue aquel vívido chico, el llanto caía como gotas de lluvia empapando todas sus mejillas.
Se repetía así mismo que se odiaba, y odiaba a su padre. Sin embargo no podía sentir odio cuando lo único que sentía era una profunda tristeza.

—¿Es curioso no? N-nunca había deseado tanto como hoy escucharte reír tan siquiera fuera por un segundo.

Dejó un profundo beso sobre sus labios el cual no fue correspondido, por aquellos dulces labios fríos.
Se levantó de la arena y caminó hacía el mar.

—Yo se que tú querías ser libre como un pez, y hoy por fin lo serás. Espero poder ser ese pez que nade junto a ti por ese profundo mar, te prometo que en esa otra vida no dejaré que te arrebaten de mis manos.

Las pequeñas olas comenzaron a mojar sus pies pero eso no le impidió seguir avanzando, quería llegar hacía la luna que estaba reflejada por el oscuro océano. Caminó hasta lo más profundo, hasta sentir que el agua rebasaba su cuello. Aquella fría agua había entrado a sus pulmones ocasionándole que no pudiera respirar y quemándole el interior, sus manos se aferraron en el cuerpo del menor para no soltarlo, sin embargo poco a poco fue perdiendo resistencia hasta que después de unos largos minutos pudo mirar la completa oscuridad de la muerte, entonces Jeno supo que se sentía ser un pez arrullado por las olas hasta dormir eternamente.

Como olvidar esa noche, la noche en la que perdió al amor de su vida pero ganó su libertad.

Fin


Gotas de lluvia /NoMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora