CAPÍTULO 21: Perra o Loba

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Andrés

La esperé fuera, acababa de recibir justo lo que esperaba una promesa suya y sabía que Adriana era una mujer de palabra

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La esperé fuera, acababa de recibir justo lo que esperaba una promesa suya y sabía que Adriana era una mujer de palabra.

Había soñado con tenerla solo para mí, hacerla rabiar de deseo, llevarla al límite como ella había hecho cuando era un crío.

Ahora ya no era el mismo y aunque cuando la veía sentía el pinchazo del recuerdo de la sumisión, ahora era mi amo interior el que rugía.

Apoyé la espalda contra la pared y saqué el encendedor de plata con un lobo grabado que ella misma me regaló cuando nos despedimos en la universidad. Lo había conservado todos estos años y cuando sentía nostalgia lo prendía, como ahora. Lo abrí y lo encendí, perdiéndome en el recuerdo de nuestra última vez juntos.

Escuché la puerta del baño y su paso marcado por finos tacones de aguja

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Escuché la puerta del baño y su paso marcado por finos tacones de aguja. El aire de la puerta desestabilizó la llama que bailó bajo la brisa.

—Uhmmm, ¿todavía lo conservas? —preguntó poniéndose a mi lado.

—Me gustan las reliquias, suelen enseñarnos de dónde venimos y nos dan la opción de ver hacia dónde vamos.

—Eres un nostálgico. —Puso morritos para apagar el fuego y la detuve.

—Espera, pide un deseo —sugerí. Ella se relamió los labios, estaba jodidamente deseable. Me observó con audacia.

—Esto no es una vela de cumpleaños.

—Cierto, pero quien me lo regaló solía echar polvos mágicos. —Un atisbo de sonrisa marcó los laterales de sus ojos y entonces dejó caer su aliento sobre el encendedor, aniquilando la llama.

—Hecho —murmuró—. Me apetece un pitillo, ¿me lo enciendes?

—Voy a encenderte muchas cosas, no solo un cigarrillo.

—Eso suena a promesa.

—Eso suena a aquí y ahora, vamos a mi despacho.

—Te veo con prisa, te recuerdo que soy una mujer de palabra.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora