Capítulo 24: ¿Amigos?

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Escuché un ruido y abrí los ojos con pesadez. La cabeza me dolía un huevo y notaba el aliento de alguien golpeándome el cuello.

Mis ojos se encontraron con los de Anabel, que me observaba asustada desde el marco de la puerta.

Mis ojos se encontraron con los de Anabel, que me observaba asustada desde el marco de la puerta

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—Lo-lo siento, no encontraba a Andy y... no pensé... —Desvió la vista avergonzada.

Fue entonces cuando giré la cabeza y vi a mi amigo durmiendo plácidamente. Ambos estábamos en pelotas, muy pegados, recordaba vagamente lo ocurrido anoche, e imaginé las conjeturas que pudo sacar Anabel al vernos de esa guisa.

­—Tranqui, tu chico se puso perdido de vómito... Creo que fui yo quien le poté encima, o al revés... ni lo recuerdo. Íbamos demasiado pasados, nos duchamos y caímos rendidos en la cama. —Ella no osaba levantar la cabeza. Cubrí nuestros cuerpos con la sábana para evitar incomodarla más de lo necesario—. Puedes despertarlo y preguntarle si así te quedas más tranquila.

—No, yo... mejor os espero abajo, siento haber entrado así, me preocupé, eso es todo. —Se notaba que lo estaba pasando mal, igual era por haberme visto en bolas.

—No te ruborices Anabel, todos tenemos una polla, más grande, más pequeña, cargando a derecha o a izquierda, pero igual de colguerona y bastante fea cuando duerme... —Ella esbozó una sonrisa tímida.

—Voy a preparar café, si te parece.

—Genial, fijo que mi madre duerme hasta mediodía, cuando se va de marcha no se levanta antes de las doce. Por cierto, ¿qué hora es?

—Las once.

—Guay, Tienes la máquina de Nespresso en la encimera, las cápsulas están debajo y en el último cajón al lado del fregadero encontraras el Paracetamol, no sé tú pero este y yo vamos a necesitar uno o dos.

—Lo preparo.

—Gracias, guapa, el mío que sea doble porfa. —Cerró la puerta con prudencia y yo me froté la cara. Menuda noche de mierda.

La fiesta había sido un puto desastre, primero por la orden de los cojones de Adriana, solo a ella se le podría ocurrir que llevara los huevos atados a la fiesta, después la bronca con Celeste, la puta mamada del director y mi ex montándoselo con Yago. Para rematar vomitona al llegar a casa, era mejor que ni pensara. Sacudí al muerto de Andy.

—Ey, tío, despierta, te canta el aliento que no veas, no sé qué debiste cenar anoche pero se te ha repetido... —Mi mejor amigo hizo un sonido ininteligible arrebujándose más contra mí—. Quita, que estás empalmado, paso de que me des los buenos días ensartándome por el culo, es lo puto último que me faltaba.

Aparté la sábana y me levanté para echar una meada. Cuando entré de nuevo en el cuarto Andy ya estaba despierto y me miraba.

—Buenos días, bello durmiente —murmuró con una sonrisa cálida.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora