Capítulo 17: El trabajo de literatura

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Observé cómo Adriana recogía los papeles encima de la mesa, nos había entregado los resultados de las redacciones y en el mío solo había puesto un interrogante.

Cuando se acercó a mi pupitre con su característico aire de seguridad se me puso dura al instante.

—Tu redacción. —Miré la hoja y después a ella con el mismo signo de interrogación dibujado en mis pupilas—. Cuando la clase haya terminado, quédate, hablaremos de tu trabajo.

Andy, que estaba sentado a mi lado, ahogó una risita que camufló tras un carraspeo. Cuando Adriana siguió repartiendo hojas, mi amigo se acercó hasta mi oído.

—Te advertí que te habías pasado.

—¿Y tú que sabrás? Si hubiera querido suspenderme me habría puesto un cero y no lo ha hecho.

—Eso es porque va a decirte que una más y te expulsa de su clase.

—Ahora va a resultar que eres vidente. Pues a ver si aciertas con la lotería.

—Ya me lo dirás cuando salgas al final de la clase.

—Eso ya lo veremos —mascullé desafiante, sin perderme el redondo trasero enfundado en aquella falda gris que moría bajo sus rodillas.

Estuve la hora entera sin perderme las alabanzas hacia algunas de las redacciones. Adriana estuvo explicando que debía ser mejorado de otras y escuchando con atención cuando hizo salir a la pizarra a los mejores alumnos a leer las suyas.

Cuando el timbre dio por finalizada la clase, no había dicho nada sobre la mía, ni hecho una sola referencia. Me hubiera dado igual que me sacara a la palestra como a los demás. No me hubiera acojonado decir que la profe me la ponía morcillona, a cualquier tío que se preciara le ocurriría con una mujer como ella.

Mi novia vino hasta mí para decir si la acompañaba a la cafetería.

—Tengo que quedarme a hablar sobre la redacción con la profe.

—¿Ya la has liado? —Me limité a encogerme de hombros.

—Ya sabes cómo es, al parecer no le ha gustado mi escrito.

—Sí, ya me he fijado que ni te ha nombrado. ¿De qué iba?

—De ella y sus clases.

—Eres un suicida —sopló—. ¿Te espero fuera? Hemos quedado para hablar sobre la fiesta de Halloween, este año queremos algo distinto.

—No sé lo que tardaré, igual me castiga, si veis que no llego, no me esperéis. Por mí todo estará bien mientras haya alcohol y pastis. —Celeste giró la cabeza hacia Adriana que seguía ajena a nuestra conversación.

—No sabes lo poco que me gusta, ojalá no hubiera pisado nunca este instituto. Con esos aires que se da y sus confesiones para ir de profe enrollada. No me fío nada de ella, me da muy mala espina, ten cuidado no vaya a joderte el curso. —Me dio un beso y frotó la nariz contra la mía.

—Sé manejarme, anda ve con los demás...

Celeste asintió y se marchó dejándonos por fin solos.

Cuando la profesora tuvo su mesa recogida, con las gafas de pasta oscura suspendidas sobre el puente de la nariz, se quitó la americana, se deshizo el moño sujeto con una pinza y pasó las manos entre los mechones de cabello rubio para ponerse a andar y sentarse sobre la mesa.

La falda se subió lo suficiente como para que vislumbrara sus medias unidas a la parte alta del muslo, sujetas por las pinzas de un liguero negro.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora