Capítulo 12: No soy una fiera

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Celeste

El fin de semana fue una mierda, mi padre había invitado a sus amigos del partido a comer y cuando eso pasaba se me erizaba la piel del cuerpo.

Eran una panda de babosos. Hombres que pasaban de los cincuenta y se les caía la baba cuando me veían con el uniforme escolar.

No sabía cómo sus mujeres no se daban cuenta de lo asquerosos que eran...

La comida, daba paso a una merienda cargada de Gin tonic y se alargaba hasta la cena, donde iban tan ebrios que todo se desataba.

Mamá les reía las gracias, se vestía como una fulana cara y aguantaba las insinuaciones y sobeteos constantes consentidos por papá. Las otras mujeres no venían, no las necesitaban, ya la tenían a ella, su juguete favorito.

Me daban náuseas.

Hace años, cuando yo tenía once y me faltaban cuatro meses para los doce, me entró sed. Mis padres me tenían dicho que después de las doce no saliera de mi habitación. Ya sabes cómo los Gremlins a los que no se les podía dar de comer. Aquel día me había olvidado de subirme la botella de agua.

Todavía era bastante inocente y no me interesaba por las cosas de los mayores. Vivía en mi burbuja de barbies, maquillajes y ropa cara.

Bajé a la cocina, en el salón se escuchaban las voces masculinas las risas y lo que creí interpretar como un grito.

Reconocería la voz de mamá en cualquier parte. Corrí hacia allí asustada, con el pulso desbocado. Me daba miedo que le hubiera pasado algo. Mi madre era mi mundo, mi norte, mi referencia. Pues papá se pasaba el tiempo fuera de casa, a duras penas lo veía y solo se preocupaba por mis notas o lo guapa que era.

La puerta estaba entreabierta, asomé la cabeza precipitada y cuando la visión de aquellos cuerpos desnudos me golpeó. Los miré agitada.

Revisé de hito en hito la estancia, había cinco hombres contando con mi padre

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Revisé de hito en hito la estancia, había cinco hombres contando con mi padre.

Mamá estaba en el suelo, sobre varios cojines, a cuatro patas. Vestida con un liguero, medias oscuras, zapatos de tacón y un collar de perro en el cuello.

Tenía el rostro inundado en un líquido blanquecino, un hombre la penetraba por detrás ahogándola con sus rudas manos. La barriga rebotaba sobre el culo de mamá.

Ella estaba de perfil a la puerta, sus pechos operados colgaban insolentes.

Uno de los amigos de mi padre recorría su cara con los dedos y le metía el pringue en la boca. Ella lamía como si le gustara. El hombre era muy velludo y no se le veía el miembro. Me dio una arcada. Otros dos hombres se masturbaban admirando la escena, mientras hablaban con mi padre que reía sin dar importancia a lo que ocurría.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora