Capítulo 8: A través de tus ojos

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Puede que la consecuencia más evidente y más directa de trasnochar por culpa de las pesadillas y las crisis nerviosas fuese que, una vez vuelto a conciliar el difícil sueño, este mismo se quedase hasta muy tarde, hasta más allá de la conquista del cielo a manos del sol. Lan Huan no recordaba la última vez en la que su cuerpo cedió a las necesidades más vitales y olvidó las costumbres tan firmemente implantadas por su tío y sus ancestros, pero debía hacer mucho de aquello. Quizá demasiado. Si es que, claro está, alguna vez no se despertó como un reloj a las cinco de la mañana, daba igual las pocas o nulas horas que hubiera dormido. Aquel día, sin embargo, cuando abrió los ojos el sol estaba en lo alto, iluminando el cuarto-biblioteca. 

Iluminándolos.

Había un peso sobre su pecho, pero era un peso muy distinto a todos aquellos que sintió durante su reclusión, aislado a solas con sus demonios y sus culpas imborrables. Liviano, reconfortante. Este peso no le oprimía, no arrancaba el aire de sus pulmones y le dejaba temblando tirado en el suelo durante horas, incapaz de reprimir las lágrimas ocasionadas por los recuerdos intrusivos y las voces que le gritaban todo lo que había hecho mal a lo largo de su vida. Este peso no tenía la mirada de decepción de WangJi plasmada ni la resignación de su tío al ver que al final había seguido los pasos del inepto que tuvo por padre. Este peso en realidad ni siquiera era figurado, no era una invención de sus pensamientos creado por el mero motivo de la necesidad de autocastigarse. No. Era físico. Se correspondía con la cabeza de Jiang Cheng apoyada en sus pectorales, con el cosquilleo en el cuello sus largos cabellos desparramados a su alrededor y con el sonido de una respiración pausada, calmada. Parte de él era el calor de su cuerpo, una pequeña estufa pegada al dorso de su torso para no caerse de la cama, el tacto de las rodillas dobladas contra sus muslos y los dedos que en algún momento de la noche habían agarrado su túnica interior para no soltarla nunca. Era la levísima sonrisa en sus labios, casi invisible, y el aroma a lotos que les envolvía. Este peso no podía ser otra cosa que reparador. Tanto que, cuando Lan XiChen comenzó a ser un poco más consciente del mundo que le rodeaba, ni pudo ni quiso evitar la sonrisa que se hizo dueña de sus labios.

Jiang WanYin, Jiang Cheng así, dormido, en paz, era con facilidad el ser humano más hermoso que había contemplado nunca.

Una mano perezosa se paseó por los cabellos del durmiente ex líder Jiang, acariciándolos con el mismo cariño con el que habían sido tratados los suyos propios la noche anterior. Poco a poco, cada recuerdo fue tomando su sitio correspondiente en su memoria. La pesadilla, la sensación de estarse muriendo poco a poco, el ahogamiento, la despersonalización, la nitidez de las manchas de sangre en la pared frente a la densidad del humo... Y despertar y tenerle a su lado para guiarle de vuelta a una realidad que, aunque amarga, poco a poco iba dibujando un camino hacia el futuro. La mano en su pecho, los dedos que entrelazaron a lo largo de las lentas respiraciones sincronizadas. Sus palabras sobre el perdón, hermanas gemelas de las suyas propias. Y el abrazo, el abrazo en el que se vieron obligados a yacer para caber en la estrecha cama de Madam Bo y que había permanecido hasta el amanecer.

Su confianza en él, absoluta y, al menos según Lan XiChen, inmerecida. Su seguridad, su aplomo, tan frágiles y tan firmes.

Tú no vas a hacerme daño.

-Oh, WanYin... -musitó al enterrar el rostro en sus cabellos, en su cabeza, al abrazarlo como si fuera lo único preciado en este mundo-, jamás podría.

Jiang Cheng se removió, murmuró algo ininteligible en sueños, pero no despertó. Parecía estar sumido en una ensoñación agradable, así que Lan XiChen tampoco intentó traerlo de nuevo de vuelta al mundo de los vivos. Solo besó su cabeza con cuidado, incapaz de detener aquellos impulsos que nunca antes había sentido hacia nadie. Sí, siempre quiso y siempre querría cuidar de WangJi —porque era su hermano pequeño y le adoraba, era lo único que echaría de menos— pero no así, no de la misma manera. Por WanYin sentía algo distinto, una necesidad no tanto de protegerlo si no de caminar a su lado, siempre preparado para sostenerle cuando se cayera y ayudarlo a levantarse. Para curar sus heridas y tomar su mano si se lo permitía, o solo para observar desde lejos, con calma, si no lo hiciese. Tanto como deseaba sanar a su lado, ansiaba ayudarle a sanar con sus palabras, con sus caricias... con sus besos.

Shuoyue [XiCheng]Where stories live. Discover now