Epílogo: Volveremos a vernos

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Jiang Cheng suspiró cuando los primeros rayos de sol, fieros delatores del amanecer, acariciaron su rostro. Apoyado en el alfeizar de la ventana de aquel hospedaje, cada vez más conocido como hotel, volvió un segundo la cabeza en dirección a su durmiente compañero. Su amigo, su confidente, su amado, su esposo... La otra alma rota que había encontrado por casualidad, la que se había reparado juntando pedacitos de ambas, intercambiando fragmentos de cristal de colores para montar un único corazón dividido en dos que latían al unísono. Al mirarle dormir con tanta placidez, sonrió.

En realidad, al igual que le pasaba a Madam Bo —o Bo Siu, como insistía en que la llamasen desde hacía algunas cuantas bastantes décadas, tantas que ya casi había perdido la cuenta. Intentaba convencerle de que se dejase de tantos formalismos, y al final lo había conseguido. Aunque con Lan Huan le costó menos, todo hay que decirlo— desde hacía un largo tiempo no necesitaban dormir. Al principio, recibieron aquella noticia con alivio. No dormir significaba dejar la esclavitud de los malos recuerdos atrás, no estar sujetos a las pesadillas... o no cada noche, por lo menos. Las habían superado, sí, en mayor o menor medida, pero hay heridas que nunca cierran del todo. Todavía, pasados tantos años que ya ni siquiera se molestaban en llevar un registro, cuando cerraban los ojos quedaba un rastro ininteligible. El regusto metálico de la sangre, el cansancio en las piernas de tanto correr, los susurros venenosos, el eco de una carcajada o el hedor del humo... Pero habían aprendido a vivir con ello. Habían aprendido que el apoyo ajeno era incondicional, y que siempre tendrían un rostro amigo que les preparase una infusión de aroma floral a medianoche si las pesadillas atacaban. Por eso, aunque no fuese necesario, todavía les gustaba pasar algunas noches así, abrazados. Bajo el amparo de los brazos ajenos y el de los besos suaves que intercambiaban cuando les costaba cerrar los ojos, la vida se volvía un poco más sencilla.

Cuán grande fue la sorpresa de Jiang Cheng —antes Jiang WanYin, pero ahora su nombre de cortesía solo lo pronunciaban muy de vez en cuando los labios de XiChen, habitualmente en forma de gemido—al descubrir que él era el madrugador de la pareja. Los horarios de los Recesos de la Nube bien podían dictar que uno debía acostarse a las nueve y levantarse a las cinco. Con el tiempo, y eso que no le costó demasiado, Lan Huan se deshizo de ellos. Sonriente le reveló que en realidad llevaba en las venas la naturaleza de un dormilón al que nada le gustaba más que remolonear durante horas y arrastrar con él a su pobre amante. Ante ciertas peticiones suyas era débil, así que casi nunca se negaba a perder varias horas matutinas entre almohadones. Aunque Jiang Cheng en realidad no tenía queja alguna. Le encantaba verle dormir así. Verle así, en general. Relajado, feliz, sin malos recuerdos frunciendo su semblante. Lo consideraba hermoso. Y saber que parte de esa felicidad que ahora le mostraba se debía a él le calentaba el pecho de una manera especial, una que ni con el paso de los siglos que tenían por delante dejaría de emocionarle.

BaiYu nunca fue una ciudad particularmente grande, aunque sí muy bulliciosa. Ahora se encontraba en pleno crecimiento industrial y, como el antiguo líder Jiang, despertaba con premura al amanecer. Las calles principales se llenaron del ruido mañanero bajo su vista y su observación, bajo su media sonrisa que contemplaba a los pájaros allá a lo lejos, cantando en el bosque. Cada vez había menos bosque, porque habían talado las primeras líneas para expandirse y construir más y más edificios. De enclave espiritual pasó a volverse uno comercial. Desde allí, desde los pisos superiores de lo que antes se llamaba posada, Jiang Cheng podía verlo todo. La plaza mayor, que exhibía su recién construida fuente a imagen de los caprichos occidentales. Los comercios que comenzaban a abrir, preparados para afrontar un nuevo día de ventas. El mercado y a los vendedores que barrían el suelo justo frente a sus puestos. La tiendecita de Bo Siu en una de las calles cercanas, ahora una próspera tetería. Su sonrisa se hizo solo un poco más amplia. Justo allí, lo sabía. No necesitaban cartas, palabras, ni esos llamativos telegramas que tan de moda se estaban poniendo con el avance de los años. Justo allí encontrarían a Madam Bo, preparada para tomarse un té con ellos y compartir las aventuras y desventuras de sus últimos viajes.

Shuoyue [XiCheng]Where stories live. Discover now