Corazón II

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Un día, un muchacho de ojos grises se robó la caja. Fue tan repentino que ella se quedó paralizada, sin saber que hacer.

Al principio, creyó que podría ignorar el suceso y seguir con su vida semi-carente de emociones, pero siempre que lo intentaba se sorprendía pensando en aquellos ojos grises que parecían tener el brillo de la luna. Y por eso los odiaba. Porque le hacían sentir un extraño vacío en el estómago que antes no había notado. Y algo más, una especie de revoloteo desagradable.

Cuando se hartó del asunto, resolvió buscar al muchacho y recuperar la caja a toda costa. Pero, pese a las amenazas, él no quiso devolverle en corazón robado, e insistió en obtener de ella también un beso. Ella lo rechazó. Estaba furiosa. Tanto que no tardó siquiera un segundo en decidir que él debía morir.

Fue un movimiento frío y preciso, en un abrir y cerrar de ojos extinguió la llama que otorgaba brillo a aquellos ojos grises, y, cuando se deshizo del cuerpo apuñalado, no pudo evitar sentir un ligero hormigueo de placer. Quiso extraer de los restos el corazón del chico, pero él tampoco tenía uno.

Quizá a él también se lo habían robado.

Quizá lo encontrase junto al suyo, cuando abriera la caja de metal. Quizá resultase ambos eran ladrones. Y quizá ella no se arrepentiría de nada, porque lo único que podía hacerla sentir de nuevo era ver la sangre de otros derramada.

De lo que susurran las paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora