Miedo de monstruo

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Monstruo y niño habían dejado de temerse mutuamente. Habían descubierto que hay cosas mucho más inquietantes que las risas de un pequeño, o las garras de una bestia.

Cada noche, justo cuando el reloj marcaba las doce, el monstruo se introducía cuidadosamente por la ventana a la habitación de su niño, y se acurrucaba en sus brazos, temblando. Solía quedarse allí hasta que sentía que el peligro había pasado.

El niño ignoraba que era lo que podía asustar a su monstruo de aquella manera, pero tampoco preguntaba; simplemente lo abrazaba con fuerza y le repetía que todo estaba bien, hasta que él mismo se quedaba dormido.

Entonces el monstruo lloraba amargamente y en silencio, porque temía el día en que, al colarse en su habitación, encontrara que su pequeño, desgarrado por la vida, hubiese dejado de creer en él.

De lo que susurran las paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora