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Vida de papel

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‹‹Mientras creía que estaba aprendiendo a vivir, en realidad estaba aprendiendo a morir››.
Leonardo da Vinci

⠀⠀20 de febrero de 2013

Apenas habían pasado unas horas desde que Camille y Gabriel llegaron a Canterbury. El londinense llamó a Gálvez para decirle que cuanto antes tenían que hablar con Camille, y el veterano estuvo de acuerdo. Debían estar los tres juntos. También esperaba alguna noticia de Camille y su investigación, pero por su mensaje que rezaba «Mañana reunión en mi oficina. Contaré todo», dedujo que había sido un éxito.

Eduardo Gálvez bebió tres cervezas aquella noche. Algunas de las decisiones que tomamos, por pequeñas que sean, cambian el camino hacia el que nuestras vidas se dirigen: ¿Qué habría pasado sí...? Si Alissa no se hubiera pasado media tarde frente al espejo, y hubiera llegado cinco minutos antes a casa de Camille el día de su cumpleaños. Si Gálvez hubiera dado a su hija la libertad que tanto anhelaba. Si el ayuntamiento no hubiera cedido a la presión de la gente y esa fiesta de Halloween se hubiese cancelado. Si Georgina no hubiera bajado la ventanilla cuando reconoció a Camille en la calle, la primera vez que Sebastian vio a la niña de los ojos verdes y los hoyuelos. No es posible determinar la dirección a la que habríamos llegado si hubiéramos tomado una simple decisión diferente. Decir sí. Frenar el coche. Atender esa llamada. Eduardo Gálvez bebió tres cervezas aquella noche y esa fue su decisión.

Se levantó por quinta vez, arrastrando los pies con una molestia en la vejiga y los gritos quejumbrosos de Georgina a su espalda. La luna llena se reflejaba en sus calzoncillos algo desgastados y su camiseta blanca. La luz de su móvil tintineó con insistencia. Una vez, dos veces, tres veces.

Un mensaje de texto con un enlace, «Alisha» escrito con mayúsculas y el trayecto más largo hasta comisaría. La sangre se le envenenaba en las venas; tenía ese instinto paternal golpeándole el cuerpo, a patadas gritando que pisara el acelerador. Sin dudas, eso no podría significar nada bueno. Chequeaba a cada rato el mensaje, como si tuviera miedo de que desapareciera. Se dio cuenta de que había una cuenta regresiva y algo que mostrar. Faltaban quince minutos para que comenzara la transmisión en el enlace.

—Alissa está en peligro.

Camille saltó de la cama, el corazón en un puño y las llaves del coche en el otro.

Alissa no. No podía ser, ella no. Camille Hampshire no era una mujer religiosa, pero bajo el cielo de Canterbury, aquella madrugada recitó cada plegaria aprendida en la infancia. Derrapó sobre su propio calzado, y en la sala principal de la comisaría ya se encontraban un par de agentes y otros no tardaron en llegar. Un minuto. Gálvez estaba bañado en sudor, sentado frente a la pantalla de un ordenador observando la cuenta atrás. Ciertamente, un minuto no es demasiado tiempo. Sesenta segundos, apenas un suspiro. Pero el tiempo es relativo como relativa es la vida. Un minuto es una hora cuando tu esposa está dando a luz a su primera hija. Un minuto es un suspiro cuando da sus primeros pasos. Un minuto es el infierno cuando su vida cuelga de un fino hilo a punto de romperse. Sabían que ese mensaje significaba un saludo de su buen amigo. Aquella vuelta al reloj le resultó tan agotadora que pareciera haberse detenido. Para Gálvez, el mundo dejó de girar durante el transcurso de esa cuenta atrás. Sus compañeros atolondrados corrían sin saber qué hacer, Camille mantenía la expresión neutra intacta. Le puso la mano en el hombre a su compañero. Estaba helada. O tal vez él se estaba quemando vivo.

—El teléfono de Alissa dejó de emitir señal en cuanto se envió el mensaje, no hemos podido localizar su ubicación.

El técnico informático no estaba seguro de si debía dirigirse al padre de la chica o a la propia Camille. Agachó la cabeza, lamentando sus propias palabras.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora