CAPÍTULO 16: El masaje

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—Sí, gracias. Veo que tienes buena memoria.

Me gustaba que los hombres se fijaran en ese tipo de cosas, que fueran detallistas, además de estar tan buenos como Álvaro.

El martes nos encontramos en la cafetería y desayunamos juntos, lo que le dio oportunidad de fijarse como me gustaba el café.

—Que menos, además te lo debía, que no me dejaste pagar.

—Me gusta la igualdad, hoy por ti, mañana por mí.

—Quien dice mañana dice el jueves, ¿no? —Me hizo sonreír.

Cerró la puerta tras de sí y lo acercó a la mesa. Yo volví a hacer rodar el cuello hacia atrás, me quité las gafas y froté el puente de mi nariz.

—¿Un día largo? —inquirió dejando el vaso de papel sobre el escritorio.

—No, son las cervicales, cuando paso mucho tiempo frente al ordenador se me cargan.

—Eso es porque no tienes una buena higiene postural.

—¿Le estás diciendo a mi cuerpo que es sucio? —Él rio rodeando el escritorio.

—Me parece que tú eres de las limpias, por lo menos hueles bien —dijo olfateando a mi alrededor—. ¿Me dejas que intente aliviarte?

—Si lo logras te deberé un favor muy grande, cuando las cervicales me atacan termino enterrada en la cama con una migraña de aúpa. Y el dolor de ahora empieza a ser insano. 

—Pues vamos a ver si soy capaz de aliviarlo, además de ser profe de educación física, estudié fisioterapia así que algo entiendo.

—¡Hombre eso se avisa! Con lo que a mí me gustan los masajes... —Suspiré deseando que me pusiera las manos encima.

Hoy vestía una americana y una blusa sin mangas de cuello alto, además de una falda y mis habituales zapatos de tacón.

—Necesitaré que te quites la parte de arriba. Te prometo que no miraré más que lo estrictamente necesario y lo haré con los ojos de un profesional... —Me levanté del asiento y lo miré ladina.

—No lo pongo en duda, además ya somos mayores como para que un físico nos desconcierte, seguro que esos ojos azules han visto a muchas mujeres a lo largo de su vida y con mucha menos ropa que yo en estos momentos.

—Tampoco te creas —murmuró sin que yo le creyera un ápice.

Me desprendí de la americana y desabroché la camisa con lentitud dejando que se recreara en mi abdomen plano y el encaje del sujetador

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Me desprendí de la americana y desabroché la camisa con lentitud dejando que se recreara en mi abdomen plano y el encaje del sujetador.

—Tienes buen gusto para vestir —me alabó mientras dejaba las prendas en el perchero.

—Gracias, tú tampoco vistes mal, aunque vayas siempre de sport.

Álvaro me ofreció una sonrisa torcida.

La ProfesoraWhere stories live. Discover now