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C A P Í T U L O  T R E I N T A
Lazo del pasado

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El principio de todo vicio es la soberbia.
DON BOSCO

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17 de enero de 2013

Su pierna golpeaba sin descanso el suelo nacarado del Yorke Lodge Hotel, negro y lustroso por la señora que acudía a limpiar cada mañana con insistencia. Ese alojamiento parecía más bien parte de un palacio con sus ángulos redondeados, sus muebles y repisas decorativas muy ornamentadas, su techo alto, y la chimenea que emanaba calor. Observó de reojo la ventana de su habitación, los árboles y el césped húmedos por la lluvia estridente; el cielo blanco estaba apagado y parecía necesitar una barrida. Lucía gris, amenazando con un torrencial de agua más potente que el de ese momento.

¿Qué? ¿Qué era eso que escapaba de sus ojos? ¿Había algo siquiera? ¿Estaba alucinando? Su cabeza y el lapicero que tenía en la mano estaban conectadas por el mismo hilo tensor. A cada pensamiento, su mano se deslizaba con rapidez sobre la hoja, la tinta azul llenando cuartillas completas de anotaciones, de sutiles recuerdos que acudían a su memoria y que se rehusaba a dejar atrás. ¿Qué?
¿Qué era lo que escondía Sebastian Bancroft?

En sus primeros años de trabajo en un departamento de policía corriente, justo después de graduarse, Gabriel acostumbraba a anotar cada recuerdo que atesoraba en su memoria. Cada destello, cada desliz, todo lo que sentía en ese momento cuando enfrentaba un caso. Más que la práctica, la teoría y las muchísimas clases de Criminalística, lo más preciado de un detective es su intuición. La revelación anticipada de los hechos. El endurecimiento de su estómago, la vibra extraña en su piel. Gabriel nunca se había equivocado, jamás. Siempre sus sentidos iban en la dirección correcta, preludiando sus ideas y dándoles forma. Jamás erraba, por algo era un miembro estrella de Scotland Yard a su corta edad. ¿Por qué habría de equivocarse con Sebastian entonces?

Encajaba en todas las descripciones, aunque admitía que las características bien podrían ser una mera coincidencia. Pelo negro, alto, talla de pie promedio, entre el rango de edad estipulado. Gálvez incluso, si así se lo propusiera, podría encajar. O al menos, ignorando la prominente panza que cargaba. No, el asesino de Canterbury era alguien atlético, en buen estado físico. ¿Podría la apariencia de profesor de Literatura de Sebastian, un poco desgarbada y apacible, ser lo que sus intestinos se negaban a digerir? Sí, estaba seguro de que sí.

Fueron los detalles los que lo dejaron al descubierto, detalles que Camille, hechizada bajo su encanto, no podía ver. Aunque, pensándolo bien, ella no era muy buena para descifrar sentimientos. No los entendía, no formaban parte de su composición. Pero Gabriel sí. Se sentía orgulloso de todos esos posgrados en Psicología que tomó durante y luego de la universidad. Sabía que para convertirse en alguien exitoso primero debía ponerse en el papel del homicida. Debía saber, pero sobre todo entender, qué era eso que los movía.

Normalmente, los psicópatas son fáciles de reconocer.
Empiezas teniendo la sensación de que algo no va bien, algo que el londinense no pasó por alto la primera vez que se cruzó con Sebastian. El aire que lo rodeaba, un aura oscura que vibraba alto y la sintió en sus huesos, un humo negro que incluso parecía tener forma cuando lo recordaba, prestando atención a los fragmentos de la telaraña de su memoria. Luego, sigue la sensación de que algo está apagado. Cada vez que una persona es analizada, el analista sintoniza con sus comportamientos, con su lenguaje corporal. Y Gabriel llevaba ya tiempo observándolo de cerca. Se sentía incómodo con su presencia, y al principio no podía identificar o poner verbalmente qué era esa sensación de guardia constante.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora