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La vida de Taehyung y su padre, el Alfa Kim, nunca fue sencilla. Desde el primer aliento del pequeño, el destino les arrebató la paz.
Su otro padre, el Omega Hyung Sik, los abandonó el mismo día en que Taehyung nació. Esperó a que él saliera de la habitación para buscar ayuda médica, y aprovechó ese instante para huir. Dejó solo al Alfa con un recién nacido entre los brazos y el eco de un llanto que se mezclaba con el suyo.
Su padre había sido un Alfa libre, encantador, descarado incluso. De esos que llenan una habitación con solo sonreír. Había tenido incontables romances, Omegas que caían rendidos con facilidad. Pero a los dieciocho años, la vida le dio una bofetada que lo marcaría para siempre: uno de esos amores fugaces había terminado en embarazo.
Y aunque cualquiera habría huido, él no lo hizo. Sintió una alegría tan pura, tan inesperada, que asustaba. Iba a ser padre. Por primera vez, sintió que su vida podía tener sentido más allá del instinto o el deseo.
Sin embargo, la realidad fue cruel. Lo obligaron a casarse con Hyung Sik, el Omega que jamás quiso ese hijo. A ojos de todos, era una unión por el bien del bebé… pero dentro de casa, era una guerra silenciosa.
Hyung Sik lo odiaba. Lo despreciaba con cada mirada, con cada palabra, con cada golpe. Golpes que recibía en silencio, con los puños cerrados y el alma hecha trizas. Nunca respondió. Nunca levantó la voz. Juró que sus manos, creadas para sanar, no serían las mismas que destruyeran. Así que aguantó. Porque si su dolor podía mantener la casa en pie para cuando naciera su hijo, valía la pena sangrar.
El día que Hyung Sik desapareció, y el Alfa no lloró por él. Lloró por el bebé que quedaba sin una parte de su historia. Por ese pequeño Omega que tendría que crecer entre ausencias, y que aún así, tenía la luz de la Luna en los ojos.
Desde entonces, se convirtió en padre y madre, en médico y protector. Redobló sus turnos en el hospital, durmiendo apenas unas horas. Contrató nanas, pero ninguna lograba calmar al pequeño Taehyung como él lo hacía. Bastaba con su aroma a menta y madera para que el niño se relajara entre sus brazos.
Taehyung fue creciendo entre murmullos y secretos. Su padre se lo dijo una noche, mientras lo peinaba antes de dormir:
—Prométeme que nunca dejarás que los demás sepan quién eres realmente. Y el niño, con los ojos grandes y curiosos, asintió sin entender del todo.
Era un Omega, sí, pero no uno común. Había nacido con el don —o la maldición— de un Omega Primario. Un linaje tan raro que se creía extinto. Una joya para los Alfas ambiciosos, un trofeo para los clanes poderosos.
Por eso lo ocultó. Le enseñó a reprimir su aroma. A disminuir la intensidad de su aroma: una mezcla dulce y cálida de vainilla con chocolate blanco. Y Taehyung lo hizo. Lo reprimió, lo disfrazó. Aprendió a vivir detrás de una máscara.
Pero la universidad cambió todo. Allí, entre pasillos llenos de competencia y jerarquías de sangre, su timidez se convirtió en un blanco fácil. Los Alfas mayores lo olieron distinto, lo sintieron vulnerable, débil. Y se ensañaron con él.
Golpes. Insultos. Empujones. Humillaciones que se clavaban más hondo que los puños. Cada día era una batalla, y cada noche, un llanto ahogado bajo las sábanas.
Nunca le contó nada a su padre. No quería preocuparlo. No quería romper la imagen del hijo fuerte que él creía tener. Así que siguió sonriendo, con los labios partidos y las manos temblando.
Hasta que apareció Jeon Jungkook. Un Alfa de sangre pura. Poderoso. Intimidante. Pero con una mirada que no juzgaba, sino que protegía.
Desde el primer día, se interpuso entre Taehyung y el mundo. Y Taehyung cayó. Cayó sin remedio, sin resistencia. Se enamoró de esa mezcla imposible de fuerza y ternura.
Jungkook lo salvó, sin saber que en realidad estaba desenterrando algo mucho más peligroso.
Ahora, con la relación hecha pública y una cena familiar en puerta, el secreto pesaba como una piedra en su pecho.
Si Jungkook llegaba a marcarlo, si sus feromonas se mezclaban, el linaje Primario de Taehyung despertaría. Y con ello, todo lo que su padre Alfa había intentado proteger durante años se desataría.