7. La Cuna del Saber

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—Bien —dijo el escriba, evitando el contacto con sus ojos—. Esperad unos minutos mientras escogen las dependencias que mejor se adaptan a sus necesidades, milord.

—Bien.

William dio media vuelta para regresar junto a Wendy, pero se detuvo cuando el escriba volvió a llamarlo.

—Disculpad, milord. Olvidé deciros... La estancia serán dos zenires.

—Por supuesto.

El vampiro introdujo la mano bajo su capa y sacó una bolsa de cuero. Metió los dedos y sacó dos monedas de bronce que depositó sobre el libro de registros.

Volvió junto a Wendy y al equipaje que ya había sido descargado del carruaje. Ella no lo miró, pero pudo intuir que estaba tensa.

—Puedes estar tranquila, Wendolyn —susurró para que solo ella lo oyera—. Uno de los dormitorios es solo para ti.

—Muy considerado por vuestra parte —murmuró. De inmediato sintió sus hombros relajarse. La sola idea de tener que compartir cama con un hombre la aterraba—. Entonces... ¿Compartiréis habitación con Iván? ¿No será... incómodo?

William sonrió.

—No vine aquí a dormir. Cuanto antes encuentre lo que busco, antes nos marcharemos.

Wendy lo miró de soslayo. Aunque era un hombre parco en palabras y de semblante serio, parecía un caballero. Muy diferente al barón y otros hombres de su aldea. O tal vez se debiera a que no la encontraba hermosa. No había parecido impresionado en absoluto al verla arreglada con el vestido que él mismo le había comprado.

No, imposible. Wendy era hermosa, lo sabía. Así se lo habían hecho saber toda su vida. Tal vez ese vampiro estaba tan hastiado de la eternidad que nada lo impresionaba.

Iván se reunió con ellos y no tuvieron que esperar demasiado hasta que llegó un paje a recibirlos. Lo acompañaban dos hombres que serían quienes llevarían su equipaje.

Los tres iban ataviados con ropas sobrias y austeras. El paje portaba un farol cuya llama bailoteó cuando realizó una reverencia.

—Seguidme.

Atravesaron el amplísimo vestíbulo bordeado de columnas e iluminado por antorchas de fuego que daban un brillo cálido a la helada piedra.

El paje los guió hacia un pasillo de paredes suaves y trabajadas. El interior era oscuro y lúgubre, pues no se hallaba alumbrado como el vestíbulo. Caminaron al menos diez minutos por aquellos túneles excavados en la montaña. Era un auténtico laberinto y Wendy supuso que únicamente sus habitantes sabrían guiarse allí dentro.

En más de una ocasión se toparon con caminos cortados por rocas amontonadas y arcos caídos, pero el paje no comentó nada al respecto mientras continuaba precediéndolos.

Al fin se detuvieron en un amplio corredor iluminado y con puertas en la pared izquierda. Todas eran iguales y solo se diferenciaban por los números pintados de negro.

Los dos hombres que habían cargado con sus pertenencias, las dejaron junto a una de las puertas; realizaron una reverencia y se marcharon.

El paje le entregó el farol y una pesada llave a Iván.

—Podéis llamarme si necesitáis moveros por la ciudad. Estaré al final del pasillo.

Tras una breve reverencia se retiró.

—Los habitantes de Rëlsa siempre tan habladores —comentó Iván.

Le cedió el farol a William y se inclinó para introducir la llave en la cerradura.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now