Capítulo 25 : Justificación barata

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DAVEN


No fui directamente a la escuela, sino que conduje en sentido opuesto, por la avenida St. John, hasta que la entrada del cementerio apareció ante mí. Hacía tiempo que no visitaba a mamá y esa mañana en particular sentía que lo necesitaba. Le compré un ramillete de crisantemos blancos al vagabundo de la entrada, el mismo que a veces ayudaba al celador con las tareas cotidianas, y crucé las altas rejas abiertas de par en par.

El cementerio era un lugar apacible. Había cuentos que decían que estaba embrujado, pero yo no creía en semejantes tonterías. Cuando entierras a alguien que amas, el temor hacia espacios llenos de tumbas desaparece. Entonces te das cuenta de que sólo es un sitio como cualquier otro. No hay nada místico en él, salvo la idea de que estás más cerca de alguien que fue especial en vida.

Anduve por el camino marcado sintiendo la brisa revolverme el pelo. El sol estaba a punto de salir y el césped relucía contra la luz del cielo, como si alguien lo hubiera rociado con brillantina. Me alejé del sendero principal para tomar un caminillo entre las tumbas que acortaba la distancia hacia mi destino. La lápida que buscaba era pequeña, de una piedra blanca y lisa. Cuando la hallé, me arrodillé frente a ella sentándome sobre los talones. Papá había llevado flores recientemente; un puñado de rosas rojas que aún conservaban su belleza. Mantener limpia la tumba de Elizabeth Ainsworth era la única tarea con la que había sido constante y dedicado durante los dos últimos años. Siempre que daba una vuelta por allí, encontraba flores frescas y una lápida reluciente.

Era irónico que se esforzara tanto en la labor y luego deshonrara su memoria dejando a sus hijos prácticamente abandonados.

En fin.

—Hola, ma. —saludé mientras acomodaba los crisantemos en el pequeño recipiente junto a la lápida. El resultado fue un gran ramo de flores rojas y blancas, tan llamativo como los que papá solía regalarle en su cumpleaños.

Contemplé la inscripción en la piedra que contenía la fecha de nacimiento y muerte de mi madre. Más abajo, había sólo una frase con letras doradas que rezaba "Disfruté cada segundo". Parecía ser algo que ella hubiera dicho. Siempre estuvo satisfecha con su vida, con la familia que había formado y el hogar que había construido al lado de mi padre. Jamás la escuché quejarse de otra cosa que no fuera el desorden en la habitación de Devan o mía. Ni una sola vez se reprochó no tener suficiente de esto o aquello, a pesar de que pertenecíamos al grupo no tan privilegiado del pueblo. Amaba todas esas imperfecciones que no hacían su vida ideal.

Respiré hondo mientras la recordaba. Se me ocurrió decir algo, pero supe que sería inútil.

No era de los que hablaba con los muertos, odiaba las charlas unilaterales. Sólo pasaba el rato allí porque era un ambiente sosegado y tranquilo, ideal para una mente caótica. La mía estaba inquieta desde hacía dos noches; la imagen de Devan drogándose en su dormitorio aún me perseguía.

Mientras observaba fijamente la bonita caligrafía dorada sobre la lápida, me pregunté si es que acaso mi padre tenía razón al acusarme de haber descuidado a mi hermano. Mamá seguramente lo habría notado desde el principio, tenía un instinto natural para saber cuándo algo no andaba bien. Yo, sin embargo, cometí el error de asumir que las cosas marchaban bien sólo porque Devan ya no vivía pegado a Marcus. Como si no existieran otros lugares en los que podía meterse en problemas. Ahora temía por él, por papá y por mí mismo. Por no ser capaz de controlar la situación mientras aún estuviera en Hampton.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora