Capítulo 8 : Sermones

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WILLOW


—Hablo en serio, Nat. —digo tras darle un trago a mi cerveza. —Debemos establecer ciertos códigos en nuestra relación para definir lo que es importante. Por ejemplo, es importante decirle a tu mejor amiga que su ex volvió al pueblo, tuvo un hijo y está más bueno que el helado napolitano. Obviamente no el hijo, sino el padre. De ese modo, tu mejor amiga—y puntualizo la frase— no tiene un ataque cuando se topa accidentalmente con él y luego un segundo ataque cuando ve a su retoño.

Llevamos alrededor de una hora en Fallen Bottle, o como popularmente lo llamamos: el bar de Billy. Nadie en el pueblo se atreve a pronunciar ese horrible nombre que parece sacado de una mala película de fantasía. Hubo un tiempo en que la gente intentó convencer a Billy de cambiárselo, pero él estuvo reacio, convencido de que el nombre transmitía el carácter de su negocio. Agradezco que no tenga razón, porque entonces el lugar se vería igual que una taberna medieval.

El zumbido de las voces ahoga nuestra conversación. Hay más gente de la que creí que encontraríamos, aunque, claro, es sábado. Casi todas las mesas están llenas y la barra se halla completamente atestada. Fuimos afortunadas de hallar un sitio vacío en el extremo poco iluminado del fondo, donde es seguro que nadie nos escuchará. Nat no bromeaba cuando dijo que el bar tenìa mejor aspecto. La remodelación le ha dado una apariencia más íntima. Los muros de ladrillos, las columnas de madera y la barra de caoba pulida refulgen bajo la luz dorada de las arañas. El cristal de las ventanas ya no es amarillento y la mesa de pool fue reemplazada. También hay una nueva y reluciente estantería de licores adornada con luces neón que te hace desear preparar tu propio cóctel mortal.

Alguien se tomó en serio la tarea de devolverle la vida al lugar.

—¿Estás prestándome atención o coqueteando con el tipo detrás de mí? —insisto cuando Nat no responde.

Ella me da una mirada culpable.

—No coqueteo.

Si, claro. Como si no hubiera visto la manera seductoramente explícita en que se llevaba el vaso de cerveza a los labios.

—Eres increíble.

Resopla de un modo nada elegante.

—¿Qué quieres que te diga, Willy? Fuiste tú quien me prohibió hablar de Daven. Cada vez que lo mencionaba o me acercaba lo suficiente para darte alguno que otro detalle de su vida personal, te negabas a escucharme. Ni siquiera después de que llegaste a Hampton cambiaste de opinión. Has sido tan obstinada.

—De acuerdo, puede que haya actuado estùpidamente, pero... vamos, ¿un hijo? Tendrías que haberme dicho eso.

—¡Lo intenté! —reitera. —Nunca me lo permitiste.

—Espero que a partir de ahora decidas actuar como una buena mejor amiga. No voy a soportar otra sorpresa como esa. Fue... extraño. —por no decir horrible.

—Bien. Juro que seré más comunicativa con la señorita no-menciones-a-Daven. De cualquier forma, —agrega en un tono más apacible. —no creo que haya algo más de lo que debas enterarte. Ya lo sabes todo.

—No todo.

Evito hacer la pregunta directamente. Nat lo nota y pone los ojos en blanco.

—No es de Verónica. —explica despacio. —El niño. No es de Verónica.

La presión en mi pecho disminuye y me doy cuenta de que llevaba mucho tiempo sintiéndola. Es algo diferente al alivio; una combinación de esperanza e incertidumbre. Cielos, está tan mal sentirme de este modo, como si una pequeña parte de mí albergara expectativas. Claro que hay muchas cosas que no debería sentir hacia Daven después de lo que pasó.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now