Capítulo 1 : El adiós no dicho

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WILLOW


Soy una mala persona.

No, soy una pésima persona.

Repito la frase una y otra vez mientras conduzco mi preciado coche de segunda mano, un Mini Cooper amarillo cuyo nombre, Piolín, tiene todo el sentido del mundo considerando el color. Aunque, si lo pienso mejor, Piolín también funciona como referencia a mis días de infancia, esos en los que mis únicas preocupaciones consistían en robar galletas de la alacena y llegar a tiempo de la escuela para ver a un gato intentando comerse a un dulce canario. Sin importar lo ridículo que suene, es buen nombre para un auto.

Igual que aquellos fueron buenos tiempos.

A veces, quisiera volver a ser esa niña a la que no le importaba ir por allí con el cabello enredado y los zapatos puestos al revés. Pero la vida adulta llama. Hay que arreglarse el pelo antes de salir y llevar ropa decente para dar una buena impresión en el trabajo porque, de lo contrario, corres el riesgo de que te echen. No quiero eso. Tengo un alquiler que pagar, un auto que llevar al taller cada tanto y una obsesión por comprar zapatos de colores que casi llega a ser enfermiza. Gracias a Dios eso no ha sido un problema en mi vida profesional. La gente parece poder manejar a una mujer con calzado raro. Es como si, dentro de los estándares de peculiaridades, los zapatos de colores ocuparan el último lugar.

Lo que me hace feliz, porque nadie se fija en mí más de lo necesario.

Excepto cuando llevo las botas Converse de brillantinas o esas zapatillas con franjas de colores neón a los costados que brillan en la oscuridad. O los tacones fucsias de lunares turquesas.

De acuerdo, puede que no pase desapercibida a menudo. Pero, en mi defensa, soy maestra de primaria, así que está bien lucir simpática para los niños de mi clase. Los colores siempre los entretienen durante unos minutos, los necesarios para acomodarme en el escritorio antes de que la locura comience.

Suspirando, enrosco los dedos de los pies antes de estirarlos en el interior de mis Vans. Hoy elegí unos color rosa con estampado de flores silvestres. No combinan con el vestido veraniego que traigo, pero fue lo primero que cogí del armario antes de salir de la ciudad. Tal vez debería haberme puesto algo negro. Digo, es lo que la gente suele usar en los funerales. Tendré que cambiarme antes de ir al cementerio, asumiendo que hay algo negro en una de mis maletas.

Rezo porque lo haya.

Tamborileo los dedos sobre el volante mientras hectáreas y hectáreas de frondosos bosques adoptan la forma de un borrón verde oscuro a ambos lados de la carretera. El sol se asoma entre las copas de los árboles convirtiendo el pavimento en un mapa de sombras con pequeños destellos que me hacen parpadear cada vez que golpean el brillante capó. Rebusco en la guantera y encuentro mis gafas de sol, esas que nunca uso en Portland. Cuando el silencio comienza a atormentarme, enciendo la radio y Make It Right de BTS reemplaza el insoportable mutismo. Coreo la canción moviendo ligeramente los hombros al compás de la melodía.

Entonces me doy cuenta de que es una canción demasiado alegre para un momento como este. Santo Dios, ni siquiera debería estar tarareando o pensando en el origen del nombre de mi estúpido coche. Apago la radio y aferro el volante con fuerza obligándome a mantener una expresión neutra, incluso si no hay nadie observándome. El pensamiento que he intentado reprimir en los últimos minutos regresa, regresa con más fuerza: soy una mala persona.

Mi padre acaba de morir de un infarto fulminante y todo lo que siento es... no lo sé. Cuando alguien recibe una noticia como esa, suele romper en llanto y sentirse desgraciado. Pero, no he soltado ni una lágrima y, honestamente, tampoco me siento desgraciada. Cada vez que recuerdo que está muerto, que no volveré a verlo jamás, lo único que experimento es una extraña nada. Es como si todas mis emociones desaparecieran en cuanto mis pensamientos me llevan a él. Eso no puede hablar bien de mí.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now