Capítulo 4 : Como la aguamarina

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WILLOW


Han pasado siete días desde que mi padre murió, seis desde que llegué a Hampton Valley y exactamente la misma cantidad desde que vi a Daven por primera vez después de ocho años. El recuerdo aún está fresco en mi mente, como una gruesa capa de pintura que se niega a secar. Cada intento que he hecho para dejar de pensar en ese encuentro ha sido infructuoso. Incluso soñé con él anoche, en una situación completamente extraña (por no decir indecente). 

Nat se rió de mí cuando se lo conté esta mañana. Según ella, todo lo que necesito es acostarme con alguien. Pero, no soy tan liberal. Me gusta el cortejo, las flores, las salidas, la atracción y el tiempo que llevan. Me gusta ir despacio, aún cuando soy de las que corta las relaciones en el momento en que comienzan a ponerse serias.

Tumbada en el sofá con la laptop sobre mis piernas, reviso los correos que se agrupan en la bandeja de entrada. Respondo los de Cardigan, mi amiga de la ciudad, y suspiro antes de hacer lo mismo con los del trabajo. Se supone que estoy de vacaciones, pero los padres de mis alumnos actúan como si no lo supieran. Culpo al hecho de que he sido demasiado amigable.  Algunas veces me siento más como una niñera que como una maestra de primaria. De hecho, sigo teniendo problemas para entender si hay alguna diferencia.

Una vez que termino con los correos, me doy cuenta de que no tengo nada más en qué ocuparme. Arlene regresó al dispensario hoy, cansada de pasarse los días durmiendo y limpiando superficies que ya yo había limpiado. Al menos el tiempo juntas nos ha servido para derretir un poco la pared de hielo que se cierne entre las dos. Hemos tenido charlas agradables, cenas tranquilas y risas cómplices, de esas que llevábamos años sin compartir. Han sido momentos fugaces, pero entrañables. Ninguna de las dos ha mencionado el pasado, ya que somos demasiado conscientes de que eso llevaría a la ruina todo el intento de "conectar". 

Pienso en llamar a Abu, pero sé que intentará atiborrarme de comida de nuevo, cosa que la he visto hacer no sólo conmigo, sino con cualquier persona en un radio de tres kilómetros. El abuelo es el único que parece salir airoso de su objetivo de alimentar a todo el mundo, y eso que está tan flaco como un palillo. Juro que ya he aumentado un par de kilos. La ropa está empezando a quedarme más ajustada y hay un indicio de grasa en mi abdomen antes plano.

Nathalie, por otro lado, seguirá en el trabajo hasta después de las once, lo que descarta cualquier posibilidad de una tarde de chicas. Es la única amiga con quien saldría. Qué puedo decir, nunca fui una chica popular en la escuela, de esas que se rodean de una bandada de muchachas. Era, más bien, la rara de zapatos extravagantes. Daven una vez me dijo que mis pies lucían como si un hada los hubiera cagado. En realidad, era lo que todos pensaban; una de las razones por las que la mitad del instituto me llamaba la loca. Él intentaba disimular, pero casi siempre lucía horrorizado de lo que llevaba puesto. Hasta que no le quedó más remedio que acostumbrarse.

Daven...

Oh, de acuerdo. He allí la señal de que necesito salir antes de que mis pensamientos me conduzcan a el-que-no-debería-ser-nombrado. Me incorporo yendo directo a mi habitación mientras considero las escasas opciones. Al final, decido darme una vuelta por el centro del pueblo. No me complico mucho al momento de vestirme. 

Elijo unos pantaloncillos color ciruela y una blusa blanca de tela delgada. Me pongo mis sandalias gladiadoras marrones, esas que llegan justo debajo de la rodilla, y dejo mi cabello suelto. Después de aplicarme un poco de maquillaje, y de un pequeño momento de revolver el dormitorio buscando llaves y bolsa, salgo de casa.

Mi primera parada es Paradise. Es un edificio pequeño para tratarse de un centro comercial, apenas de cinco plantas y un puñado de locales que son, en su mayoría, tiendas de ropa. Recorro los pasillos contemplando las vitrinas mientras decido si hay algo que puedo comprar. Termino en una tienda de zapatos en descuento y elijo un par bastante modesto de puntas rosadas y franjas negras sobre un fondo blanco. Reconozco al chico de la caja como Stephen, el rockero de mi clase. Ahora lleva el pelo rosa, las uñas largas y más maquillaje que el que me apliqué antes de salir.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now