Capítulo 45: El fantasma.

4.2K 341 61
                                    

****JANE STEVENS****

Mi cuerpo vibraba al ritmo de los latidos de mi corazón. En ese instante sentía que yo era eso: un simple latido punzante de emociones. Sin vista, tacto u oído.

El miedo siempre amenazaba con derrumbarlo todo, su lucha épica era contra la esperanza, esa que me impulsaba a seguir. Temía por Julián. Por Noah. Pero sobre todo por los niños. Conocía la clase de tipos como Tony, quizás en sus planes nunca estuvo un intercambio. Quizás les había hecho daño a los niños. El mismo daño que a mi hermana Nina...

Ese pensamiento detenía la punción de lo que yo era. Me congelaba.

Cerré mis ojos con fuerza. Basta. Ya basta. Yo decidía que pensamientos alimentar. Por un instante pensé en todo lo malo que me había tocado enfrentar en la vida. Y sin embargo aquí seguía, de pie. Luchando. Siempre resultaba ser más fuerte de lo que me creía.

—¿Jane?

¿Cómo se vencía el miedo? Quizás no se podía vencer. Quizás bastaba con hacerlo a un lado, no huyendo de él, solo deshabilitándolo, enfrentándolo y luchando. Peleando para ganar.

—¿Jane? —repitió Julián a mi derecha— Algo no está bien.

Lo sabía. Yo sentía lo mismo. Julián caminaba a mi lado, apuntando hacia el frente, a cualquiera que se interpusiera entre nosotros y los niños. El problema era que no había nadie a quien apuntar. En las afueras de lo que suponíamos era una de las casas de Tony no había ni un alma.

La puerta principal estaba cerrada. Casi se podía olfatear cierta rareza en el ambiente. Emboscada. Debíamos seguir. Julián optó por la pistola con silenciador, dos mudos disparos al pomo y la puerta cedió.

Cuando entramos mis ojos rápidamente se adaptaron a la oscuridad y noté lo que parecía ser la sombra de un hombre sentado en uno de los sofás que había en la habitación. Contuve el impulso de disparar cuando escuché su voz.

—Bienvenidos —musitó la ronca y familiar voz—. Yo que ustedes, bajaría esas armas.

Contuve el aliento. Conocía esa voz muy bien. Pero... no era posible. Quizás debía limpiar mis oídos con más regularidad. Apreté la mandíbula. Tenía que verlo. A oscuras camine directamente hacia él sin dejar de apuntarle.

—Enciende la luz, Julián —le pedí.

Entonces lo vi. A medio metro de mí, sentado. ¿Recibí un fuerte golpe y estaba alucinando? Era muy posible. Por las dudas le di un puñetazo con mi mano izquierda. No era zurda, aún así voltee su cara y su labio empezó a sangrar. Asumí que los fantasmas no sangraban y eso sólo significaba una cosa: Rick estaba vivo.

—Siempre tan espontanea, Jane —dijo poniéndose de pie.

Esta vez fue Julián quien le apuntó a la sien mientras Zara revisaba el resto del lugar. —¿¡Dónde cojones están mis sobrinos!?

—Todo lo que me ocurra a mí, les ocurrirá a los niños —dijo Rick y nos enseñó; en la palma de su mano, dos diminutas cápsulas. Por la reacción de Julián —gruñía, maldecía— eran los microchips de los niños.

Algo en mí se quebró.

Todo el plan se había ido a la mismísima mierda.

—¿¡Dónde están!? —Julián contenía el impulso de arrancarle los ojos— ¿Dónde cojones están?

—¿Qué mierda pasa? —era Noah por la radio— No escucho nada, solo veo unas luces encendidas.

Tuve que salir de mi caótico trance. Esto realmente estaba ocurriendo.

Mi Chica RudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora