Capitulo 21: Rick, no.

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Jane Stevens sentía la adrenalina galopar por su cuerpo mientras conducía a tanta velocidad que era una posibilidad perder el control del vehículo en cualquier segundo. Julian, su copiloto, creía exactamente lo mismo, sin apartar su oscura mirada de la carretera, se aferraba a su asiento. Esperaba no morir hoy. Solo porque Jane lo había salvado aquel día en el hospital cuando los matones de Tony fueron a terminar con él, no significaba que podía decidir cuando debía morir.

Quiso pedirle que bajara la velocidad pero ella estaba tan alterada que temía que abriera su puerta y de una patada lo tirara a la calle, sin siquiera tener la bondad de detener el auto. Dedujo que valdría la pena arriesgarse, ya que el riesgo de morir seguía estando implícito, y era alto.

― ¡Cristo! ¿Podrías ir más lento? ―gritó, pero ya era muy tarde, Jane había ignorado la luz roja del semáforo y por poco chocaban de frente con otro vehículo― ¡Joder! ¡Déjame conducir a mí!

Jane, ignorándolo por completo zigzagueo entre varios vehículos hasta superarlos. Luego de un par de cuadras, por el retrovisor, pudo ver que Noah los seguía. Se aferró al volante sintiendo que de esa manera el temblor de sus manos empequeñecería. Ese temblor que se estaba apoderando de su ser. Cada vez lo sentía con mayor intensidad, era como un palpitar que aumentaba y aumentaba, buscado la manera de liberarse, de estallar. Y sus ojos, ellos ardían.

Rick. Tenía que llegar a él.

Julian sabía exactamente como se estaba sintiendo la agente. Él mismo había perdido a su camarada, hace un par de años. Pero Jane, bueno, ella era más joven que él. Y aunque era evidente que era una mujer ruda y testaruda, no estaba preparada para esto.

Bueno ¿Cuándo se está realmente preparado para perder a alguien?

Ella aun albergaba esperanzas de encontrar vivo a Rick. Apenas salió de su casa lo primero que hizo fue llamar a una ambulancia y dar la ubicación del oficial herido, luego le indico ―gritó― a Julian que llamara para pedir el rastreo del teléfono de Rick.

Entonces se rehusó a dejar que Julian manejase y ya entendía el motivo. El auto rugió, como quejándose del maratón al que estaba siendo sometido, Jane iba a toda la velocidad que se lo permitía y aun le trababa de exigir más. Pretendiendo esquivar un par de autos se subió a la acera, llevándose por delante varios botes de basura, que con el impacto habían sido ruidosamente expedidos.

― ¡Maldita sea, Jane! Es mi maldito auto! ¡Mi auto! Yo conduciré! ―increpó julian con autoridad y con la intención de suplantar a Jane en el asiento del piloto.

Con decisión se elevó de su asiento y enrosco su mano derecha en la cintura de Jane, colocando sus piernas en posición para sustituirla. Pero Jane, quien estaba en una especie de trance, cuando sintió como Julian apretaba el agarre sobre su cintura y trataba de levantarla, solo pudo responder de una forma. De la única manera que sabía.

Elevo su codo y con fuerza lo impulsó hacia arriba, haciendo que impactara secamente en la cara de Julian. El golpe lo envió directo a su asiento de nuevo.

Julian considero la posibilidad de lanzarse del auto o mejor aún: lanzarla a ella. Jane estaba loca. Toco su cara. Genial su ceja había recibido el impacto y ahora era un pequeño punto palpitante que estaba empezando a sangrar.

― ¿Julian? ―gimió Jane, finalmente reaccionando y bajando solo un poco la velocidad.

Él gruño. Y esta vez fue rápido. Con rudeza la levanto y metió sus piernas bajo de las ellas, sentándola encima de él, ubicando sus pies en el freno y acelerador. Situó sus manos sobre las suyas, justo en el volante, tomando el control. Ahora estaban apretujados en el asiento, y puesto que los dos no eran personas pequeñas ―especialmente Julian―, no había espacio para un alfiler entre ambos.

Mi Chica RudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora