Cap. 7: Despidiéndose

79.5K 2.3K 54
                                    


¿Han visto esas películas en donde los adolescentes se escapan por una ventana? Pues es más difícil de lo que parece, créanlo, incluso puede llegar a ser una mala idea... pero obviamente no pensé eso. Pensé: “Hey. Si esos actorasos pueden, yo también” sí, sonaba fácil, pero cuando estas colgando a mitad de camino y sujetada a una no muy confiable rama, las cosas se vuelven un poquito más realistas y piensas: “Soy una idiota. ¿Porqué no usé la puerta?”  ¿Quieren saber porqué no usé la puerta? Pues porque pensé que si los actorasos podían yo también, aunque creo que eso ya lo dije...

Claramente pensar en lo tonta que fue mi idea no me iba a ayudar, así que en un desesperado intento de no morir traté de subirme a la rama. Pero no tenía la suficiente fuerza, así que pasé al Plan B. Comencé a balancear los pies y a hacer que mi cuerpo fuera en vaivén hasta que tuve suficiente fuerza y solté mis manos rezando para que mis meses en las porristas sirvieran para algo más que animar. Gracias al Conejo de Pascua y al Hada de los Dientes caí en el pasto sin hacer ruido y sin quebrarme uno de mis preciados huesos, me erguí sintiéndome orgullosa de mi misma y grité un “¡Sí!”, pero me tapé la boca enseguida, se suponía que tenía que ser tan sigilosa como un Ninja.

Fui de puntitas a la parte trasera de la casa y salté la reja como puede, cayendo en el mini callejón que estaba ahí detrás. Arreglé mi ropa y comencé a caminar. Bien, la primera parada era casa de Mirta, mi única amiga en el instituto si es que así se le puede llamar, luego venía Sergey, que estaba en la fiesta de Betty y por último Andrew, que estaba en su casa, como siempre. Esto de despedirse a última hora es un fastidio si me preguntan, mañana mismo, sí, mañana, partiría a Inglaterra y a la adorable madre de Tyler se le ocurrió castigarme y no dejar que me despidiera de nadie, pero... ¡Ja! ¡Me escapé e iré a despedirme! Soy ruda, lo sé.

Subí la capucha de mi chaleco y comencé a caminar por la calle, ya eran casi las once de la noche y todo parecía desierto, en cierta forma eso hacía que el condominio se viera escalofriante. Ya me imaginaba a una banda de asesinos atacándome, pero eso sólo pasa en las películas, por lo que puedo estar tranquila y seguir con mi camino.

La casa de Mirta era muy bonita, pequeña pero acogedora al mismo tiempo, he estado ahí unas cuantas veces y me ha encantado. Claro que de noche se ve como una mini-casa de duendes, lo digo porque está pintada de verde. Dejé de mirar la estructura de la casita y caminé a la puerta de entrada y golpeé, dándome cuenta demasiado tarde de que no tenía una muy buena escusa para que sus padres me dejaran verla.

-Hola...- dijo su madre, quien ya estaba en pijama y todo cuando me abrió.

-Buenas noches.- le dije.-Siento molestar a estas horas... pero Mirta tiene algo mío que es terriblemente necesario para mí, sólo vine a buscarlo.- le dije con una fingida seguridad.

-¿Qué cosa?.- preguntó algo escéptica.

-Pues... mi libro de calculo avanzado que mi abuela me envió desde Servia.- dije con la mejor de mis sonrisas.

Ella entrecerró los ojos y enarcó una ceja sin darle mucho crédito a mis palabras, bueno, no la culpaba, era una escusa bastante surrealista. Aún así me abrió las puertas de su hogar y me dejó ir a molestar a su hija.

Subí rápidamente las escaleras de la casa y abrí la puerta del cuarto de Mirta con delicadeza para no despertarla de golpe, una vez dentro me acerqué a su cama, en donde ella dormía, y la zarandeé hasta que reaccionó.

-¿Laila?.- dijo confundida y adormilada.

-Si, soy yo.- le dije.-¡Despierta!.- le grité y volví a remecerla.

DescontrolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora